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ISSN: 1666–6186 / E-ISSN: 1853–3655

Cuaderno Urbano Nº40 | Año: 2025 | Vol. 40

ARTÍCULO

BORDES Y TRAYECTORIAS EN UNA GEOGRAFÍA ILIMITADA: ESTUDIO ESPACIO TEMPORAL DE PRÁCTICAS CULTURALES SITUADAS EN UNA PEQUEÑA CIUDAD NO METROPOLITANA (CHACABUCO, 2021-2023)

BORDERS AND TRAJECTORIES IN BOUNDLESS GEOGRAPHY: A SPATIOTEMPORAL STUDY OF CULTURAL PRACTICES IN A SMALL NON-METROPOLITAN CITY (CHACABUCO, 2019–2023)

BORDAS E TRAJETÓRIAS EM UMA GEOGRAFIA ILIMITADA: ESTUDO ESPAÇO-TEMPORAL DAS PRÁTICAS CULTURAIS EM UMA PEQUENA CIDADE NÃO METROPOLITANA (CHACABUCO, 2019–2023)

Valeria Ré

Licenciada en Sociología (UBA) y doctora en Antropología Social (IDAES-UNSAM). Investigadora de CONICET y docente investigadora del Departamento de Cultura, Arte y Comunicación e integrante del Observatorio de Ciudadanía Cultural de la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV).
E-mail: vre@undav.edu.ar
Orcid: https://orcid.org/0000-0002-9059-1814

Resumen

El artículo ensaya formas de integrar la dimensión temporal en la comprensión de los procesos de producción cultural en el ámbito de la pequeña urbe. Parte de los resultados de una investigación cualitativa y etnográfica desarrollada en una ciudad de pequeña escala, no metropolitana, de la provincia de Buenos Aires (Argentina), en el período 2019-2023. Los hallazgos muestran que en una actualidad marcada por el crecimiento sostenido de la ciudad y la profundización de la heterogeneidad y fragmentación del espacio social local, los principios de estabilidad y de repetición se imponen en la experiencia cultural y artística local. El trabajo propone indagar el imaginario local a partir de dos categorías que articulan las nociones de espacio, tiempo y cultura: 1) los bordes (en tanto límites productores de sentido y de relaciones sociales) y 2) las trayectorias (en tanto configuraciones que conjugan espacio y tiempo).

Palabras clave

tiempo; espacio; ciudad no metropolitana; prácticas culturales; escala

Abstract

The article explores methods to integrate the temporal dimension into the understanding of cultural production processes in small cities. It is based on the results of qualitative and ethnographic research conducted in a small-scale, non-metropolitan city in the province of Buenos Aires (Argentina), from 2019 to 2023. The findings indicate that in a contemporary context characterized by the city’s sustained growth and increasing heterogeneity and fragmentation of the local social space, principles of stability and repetition dominate the local cultural and artistic experience. This work aims to investigate the local imaginary through two categories that connect the notions of space, time, and culture: 1) borders (as boundaries that create meaning and social relationships), and 2) trajectories (as configurations that combine space and time).

Keywords

time; space; non-metropolitan city; cultural practices; scale

Resumo

O artigo ensaia formas de integrar a dimensão temporal na compreensão dos processos de produção cultural na área das pequenas cidades. Parte dos resultados de uma pesquisa qualitativa e etnográfica desenvolvida em uma cidade não metropolitana de pequeno porte, na província de Buenos Aires (Argentina), no período 2019-2023. Os resultados mostram que numa situação atual marcada pelo crescimento sustentado da cidade e pelo aprofundamento da heterogeneidade e fragmentação do espaço social local, os princípios de estabilidade e repetição são impostos à experiência cultural e artística local. O trabalho se propõe a investigar o imaginário local a partir de duas categorias que articulam as noções de espaço, tempo e cultura: 1) as bordas (como limites que produzem sentido e relações sociais) e 2) as trajetórias (como configurações que combinam espaço e tempo).

Palavras-chave

tempo; espaço; cidade não metropolitana; práticas culturais; sscala


DOI: https://doi.org/10.30972/crn.40408202


INTRODUCCIÓN

Las ciudades no metropolitanas de pequeña escala engendran configuraciones sociales complejas en las que las experiencias del tiempo y el espacio, expuestas a la proximidad y la movilidad, adquieren modos propios que afectan a disposiciones y apuestas de la producción cultural y artística local. A partir de esta premisa, y en pos de profundizar en su desarrollo, este trabajo se propone como un ejercicio que tiene como objetivo la formulación de categorías capaces de captar las articulaciones espacio temporales que derivan de las prácticas culturales y artísticas en Chacabuco, una pequeña ciudad no metropolitana del noroeste de la provincia de Buenos Aires (Argentina).

Definimos a la pequeña urbe como nodo de interconexiones donde se producen vínculos y contactos con extensiones diversas (Ingold, 2012, Massey, 2004). En particular, proponemos abarcarla a partir de los “nudos” donde las personas se juntan e interaccionan dejando marcas en el tiempo y en el espacio. Allí llama la atención un dato empírico respecto de la producción cultural local, que indica que en este tipo de espacios configurados sobre constantes negociaciones se tensan socialmente aquello que se mantiene estable con lo que manifiesta algún tipo de corrimiento. En efecto, nos centramos en entender la evocación frecuente a la idea de lo “estable” en el ámbito de la pequeña urbe, observando cómo las prácticas culturales y artísticas resuelven esta relación con lo que se moviliza y cambia en términos socioculturales. Nos enfocamos en dar con la temporalidad practicada –en oposición a la idea de un tiempo sustantivado–, a partir de identificar aquello que se coloca en relación cuando se refiere a lo estable o a su crisis (Elías, 2008). En este sentido, exploramos el espacio social local y las marcas temporales que lo constituyen como tal, basándonos en datos empíricos que indican relaciones, posicionamientos, negociaciones y movimientos gestados desde las prácticas culturales y artísticas. El análisis se organiza alrededor de estas preguntas: ¿qué movilizan las prácticas culturales locales y qué tipo de lugares crean en la pequeña ciudad no metropolitana? ¿A qué temporalidad se suscriben esas prácticas culturales y artísticas?

A continuación, se presentan los resultados de una investigación realizada con base en una metodología de estrategia cualitativa, flexible y permeable para captar el imaginario de lo estable y de lo móvil en un contexto de cambio y heterogeneización. Técnicamente, se trabajó desde un abordaje etnográfico de prácticas culturales y sociales, a partir tanto de la circulación libre alrededor de la ciudad como del seguimiento de los actores culturales. A través de esta forma de estar en el territorio, se analizaron las tramas sobre las que se iban configurando sentidos de lugar. Entre los años 2019-2023 –pandemia COVID-19 de por medio– se realizó una serie de entrevistas en profundidad a distintos referentes culturales y artísticos de la localidad, así como también observaciones en diversos eventos culturales, las cuales fueron volcadas en registros etnográficos. También, en 2021 se gestionó un relevamiento en forma virtual con una herramienta de recolección de información semiestructurada, que funcionó como aproximación al campo cultural local, y alcanzó a cuarenta agrupaciones culturales y artísticas. Todas estas fuentes se centraron en la identificación de posicionamientos, situaciones y procesos culturales y artísticos que hacen al quehacer cultural en la localidad. Los resultados abrieron paso a relaciones e interrogaciones sobre cómo algunas prácticas culturales en el ámbito local podían ser, paradójicamente, los principales vehículos del sentido de lo “estable”, tan mentado en el imaginario de esta pequeña ciudad.

Chacabuco: la ciudad de geografía ilimitada

Versa en el relato de su origen, divulgado en la web oficial del gobierno local actual [https://chacabuco.gob.ar/], que en 1865 nacía en una “ceremonia sencilla” y “poco solemne” este pueblo “con el horizonte ilimitado de la Pampa como único marco, lejos de las playas de mar, apartado de las márgenes de ríos caudalosos, y sin la protección del bosque o selva milenaria” [Tomado de la página web oficial del Gobierno local, año 2024]. A esta evocación del acto fundacional que refiere a su cualidad geográfica, se agrega el relato reconstruido por Oscar Melli, el principal historiador de la ciudad, quien indicaba que este nuevo centro urbano de la provincia de Buenos Aires había nacido bajo el impulso de un plan oficial reglado en el que “no cabía esperar originalidad, matices felices o pautas afortunadas del genio personal de un fundador inspirado” (Melli, 1975:139). Es en esta planicie sin límites y aparentemente carente de evocaciones suntuosas que se fue irguiendo la ciudad de Chacabuco, a partir del impulso generado por el ferrocarril y el desarrollo agrícola motorizado por la afluencia de la inmigración europea, principalmente italiana.

Actualmente, Chacabuco –ciudad agroindustrial de la llanura pampeana, ubicada en el noroeste de la provincia de Buenos Aires– cuenta con aproximadamente unos cincuenta mil habitantes (INDEC: Censo 2022) y es cabecera de uno de los 135 partidos que la constituyen como la provincia más habitada de la Argentina. Tiene una posición estratégica ya que, por un lado, se integra al Corredor Central del MERCOSUR, al estar sobre la ruta que une el Río de la Plata con el océano Pacífico (corredor bioceánico central), y por el otro, porque mantiene una distancia relativamente corta (200 km.) respecto de tres grandes centros metropolitanos (Buenos Aires, La Plata y Rosario), hacia donde tiene una conexión vial desarrollada y fluida. Limita con otras localidades de características similares a ella, que han alcanzado distintas jerarquías en el mapa regional, como son Chivilcoy, Junín, Carmen de Areco, Salto y Bragado. Todas fundadas en la segunda mitad del siglo XIX, se ubican a distancias geográficas de alrededor de 60/80 km. de nuestra ciudad de referencia, cuentan con más/menos población y son entre las que, en general, se mantienen intercambios frecuentes en distintas áreas como salud, educación, trámites provinciales, deporte, cultura y artes. A nivel regional, la ciudad funciona como centro administrativo, concentra servicios, comercio y tiene una oferta cultural y educativa variada. Su economía está básicamente enlazada a la actividad agropecuaria (producción –cereal, ganado– y acopio), la industria de sus derivados (biotecnología, alimentos, molinos) y el transporte. Fue desde mediados del siglo XIX hasta aproximadamente la década del ochenta una de las principales productoras de ladrillos de barro cocido de la zona; se pueden ver aún varios recintos –algunos en funcionamiento y otros abandonados– marcados por esa industria de base artesanal. Además de la ladrillera, se encuentran activas industrias basadas en la actividad textil y la fabricación de productos derivados del metal.

Figura 1. Mapa de ubicación de la ciudad de Chacabuco.

Figura 1. Mapa de ubicación de la ciudad de Chacabuco.

(Elaboración propia. Google Maps, 2024).

La fisonomía urbana de Chacabuco conserva un esquema tradicional hispánico, de damero con cuadrícula regular y manzanas rectangulares. Se caracteriza por una plaza central alrededor de la cual se concentran las principales instituciones (municipalidad, bancos, escuelas, iglesia, estación de policía, teatros) y otras cuatro plazas ubicadas en los vértices que conforman el cuadrante del casco urbano. Si bien en los últimos años la zona del centro de la ciudad muestra una tendencia a crecer en altura, los cambios más marcados de la ciudad se encuentran principalmente en sus márgenes: la mancha urbana crece en la periferia de manera desordenada. Se observa un fenómeno motorizado por las migraciones internas del ámbito rural al urbano, pero también por las movilidades que en la última década se dieron de los centros metropolitanos a las ciudades periféricas (Trimano, 2014). Según un referente de la política local, se produjo una significativa transformación urbana en los últimos tiempos, motivada por el incremento de los loteos hacia “las afueras”. Estos fueron orientando el desarrollo hacia el periurbano, generando viviendas particulares diseñadas a la medida de los sectores altos y medios profesionales en lo que antes se denominaba “zonas de quintas”. Se observan también, entremedio, en el margen más cercano al centro, los barrios de viviendas populares desarrollados por el Estado en distintas épocas, así como otros tipos de viviendas precarias que empiezan a volverse cada vez más visibles en el contorno de la ciudad. Todo configura una espacialidad fragmentada y diversa de contrastes profundos, marcados por la proximidad, la desigualdad y la diferencia.

Figura 2. Mapa de damero y barrios de la ciudad Chacabuco.

(Elaboración propia. MapHub, 2024).

Ante estos datos generales, retomemos nuestra pregunta original: ¿cómo es posible que en este contexto de ampliación y heterogeneización social de la ciudad, las prácticas culturales acusen cierto sentido de estabilidad? En el recorrido de la investigación se recopilaron frases que describen aspectos de la actividad cultural local que anudan referencias temporo espaciales en tensión: “acá no pasa nada” / “acá es siempre igual” / “la ciudad ya no es la misma”. A modo de ejercicio, se tomaron estas referencias como indicios de procesos en los que se identifica una percepción del tiempo que cristaliza cierto sentido de lo estable en un marco donde la dinámica de circulación y transformación social desborda permanentemente sus límites. De allí, que empezamos a identificar una tensión significativa que organizaba el sentido de la experiencia cotidiana de lo local y su propia continuidad. Si se analiza el impacto que estas dinámicas urbanas tienen en la vida cultural y artística local, se puede ver por ejemplo que frente al crecimiento urbano y poblacional no se registran nuevas infraestructuras culturales, más bien se nota una especie de retracción que no da lugar a la emergencia de nuevos u otros espacios de circulación del arte y la cultura.

Correlativamente a lo mencionado anteriormente, se ha observado que aquello capaz de sostenerse en el tiempo revela su eficacia cuando organiza las clasificaciones en el espacio social local atribuyendo marcas como “raro” o “problemático” (Ré, 2024). Estas atribuciones se moldean en un marco de gran proximidad entre quienes habitan en este tipo de territorios, y afectan las relaciones sociales configurando un entramado afianzado que hace de la identificación y el (re/inter)conocimiento de las personas, según su posición y trayectoria social, un modo de habitar el lugar (Ré, 2021). En efecto, identificamos una serie de relaciones organizadas valorativamente que se prolongan en el tiempo, dando sostenibilidad a las tramas y posiciones de pertenencia al espacio generando superposiciones que van siendo acumuladas en la figura de trayectorias personales y/o institucionales. Estas se van delineando en un espacio social estrecho y heterogéneo, cuya dinámica vuelve finita la diversificación de las relaciones sociales, reproduciéndose en una base estabilizada, endogámica (Bellet y Llop, 2004), sostenida por un trayecto proyectado en el espacio social local y sujeto a las amistades, las filiaciones parentales y el ámbito laboral y/o barrial.

En síntesis, nuestro estudio asume la idea de que la pequeña ciudad conforma espacios dinámicos, configurados sobre constantes negociaciones que tensan aquello que se mantiene estable con lo que manifiesta algún tipo de movimiento. En específico, perseguimos una pregunta centrada en las marcas temporales que surgen de algunas prácticas culturales, como alternativas de aproximación a la configuración de los límites culturales que se imponen en el habitar en la pequeña ciudad. Por todo lo mencionado, exploramos prácticas y analizamos procesos que articulan nociones de espacio, tiempo y cultura. A continuación, ensayamos dos categorías que, a nuestro modo de ver, las conjugan muy bien: 1) los bordes, en tanto límites productores de sentido y de relaciones sociales; y 2) las trayectorias, en tanto configuraciones que articulan espacio y tiempo en una narrativa total.

DELINEANDO BORDES DESDE PRÁCTICAS CULTURALES LOCALES

El hombre es el ser fronterizo
que no tiene ninguna frontera

(SIMMEL, 1998:34)

En los registros de campo emergen figuraciones de lugar (“acá”) que recortan el espacio fragmentándolo y diferenciándolo. Simultáneamente, el espacio es identificado como una totalidad de límites flexibles que se manifiesta como una fuerza performativa, omnipresente, que organiza la circulación social (Ré, 2019). Para entender estas figuras acudimos a la categoría de borde, un tipo de marca espacial, límite material y simbólico, que afecta las relaciones sociales en el ámbito de lo local. Buscamos entender cómo se articulan estas definiciones espaciales con las prácticas culturales y artísticas observadas, así como también con las referencias temporales relevadas. El punto de partida para exponer estos bordes es una descripción de lo que a nivel local se refiere como lugares de “juntada”. Esta es una práctica social y cultural típica en la localidad, que produce distintos tipos de espacialidades, algunas más visibles/accesibles que otras. Sin pretensión de exhaustividad, hemos elegido exponer tres bordes que consideramos significativos a los fines de esta presentación ya que hacen referencia al “acá” y traman la experiencia y la continuidad en las dimensiones del tiempo y el espacio. En este ejercicio nos guía la pregunta: ¿a qué temporalidad suscriben cada una de estas “juntadas”?

Lo que se erige en el vacío

Uno de los bordes más fáciles de identificar y, en general, común a las ciudades del interior bonaerense (y otras también) son los portales de entrada. Estos se pueden ver desde la ruta y suelen adquirir la forma de una instalación en la que se inscribe el nombre de la ciudad. Muchas veces en forma de pórtico, hacen visible el procedimiento espacial que describe Simmel (1998) en su ensayo Puente, puerta: permiten percibir como ligado, aquello que primero ha sido aislado de algún modo. La puerta es la entrada que anuncia en el interior la existencia de un lugar, es decir, de una trama de relaciones que se da en un tiempo y un espacio en particular, pero que también establece una relación incesante con lo que ha quedado del otro lado. Este indica el “acceso” y abre paso al tránsito de un recorrido que da una sensación de estar ingresando o saliendo –según la dirección–, donde aparecen huellas del lugar y empiezan a tejerse relaciones de sentido. Subyace en el hecho de recorrer esta distancia la idea de límite, que confirma un adentro y un afuera de la localidad, estableciendo una separación con el campo (lo rural) y con las otras ciudades. Es la definición de un interior y un exterior, demarcado y visible, que configura una totalidad que tiene un principio y un final circunvalado y poroso.

La ciudad de Chacabuco cuenta hasta el momento con tres accesos, pero solo uno es el más ornamentado, justo aquel que está más cercano en dirección a la ciudad de Buenos Aires. Presenta un arco de hormigón, sobre el que se despliegan letras iluminadas formando su nombre. Sobre la base, al entrar, hacia la izquierda, se observa una casilla vidriada en la que yace una brillante imagen de la Virgen de Luján. Es común ver detenerse a ciclistas o motociclistas para hacer culto a esa figura. El itinerario hacia el “centro” se presenta como un lugar de enunciación de signos que hacen a la identidad local, se pueden ver –en orden de aparición– el predio de la Sociedad Rural, una serie de árboles con placas de bronce plantados en conmemoración de los detenidos-desaparecidos chacabuquenses en la Dictadura militar de 1976, referencias a Haroldo Conti1 y su obra en formato de una infografía, se cruzan las vías del tren, se avistan los silos de uno de los molinos harineros más importantes, una envasadora de Coca Cola, una empresa constructora de torres eléctricas, concesionarias de autos, una industria alimenticia emblemática, una importante maderera, viveros, supermercados, boliches nocturnos, entre otras. En los otros accesos, se encuentran instaladas agroindustrias, las nuevas instalaciones de una industria alimenticia, una metalúrgica y amplias playas de camiones.

Figura 3. Arco entrada a Chacabuco.

Figura 3. Arco entrada a Chacabuco.

Nota. Ruta Nacional 7, Km 202, Buenos Aires. [Foto: Weekend/Perfil].

Ahora bien, qué nos interesa de este borde, cuánto tiene que ver con las representaciones de experiencia cotidiana y continuidad a las que queremos referir. Como mencionamos antes, en el trabajo etnográfico nos detuvimos sobre algunos nudos donde se enlazan diversas prácticas y sentidos que hacen al quehacer cultural local en un sentido amplio. Un primer indicio, que tiene que ver con lo inmediato, es la toma de posesión de ese borde por la población. Es común ver en horas de la tarde, de los días de fin de semana, ese margen de la ciudad como lugar de concentración espontánea convertido en espacio de ocio. Se ha registrado que, en forma frecuente, se dan agrupamientos de personas en este límite que empalma el portal de entrada y salida de la localidad que, en el caso de Chacabuco, se apoya sobre una ruta nacional de tránsito muy fluido. Allí, en un espacio angosto, poco parquizado, en horas de la tarde, se pueden ver familias o parejas ubicadas a la orilla de sus autos, orientando la mirada hacia el asfalto, con heladeras portátiles, mesas de camping, termos y mates. Es el mismo lugar, donde los sábados por la noche –principalmente en días de verano– se agrupan jóvenes que toman el espacio en la oscuridad, llegando en motos o autos, con bebidas, música y snacks. Es un margen tomado donde no hay otra atracción que un paisaje natural recortado por el asfalto y un constante tránsito vehicular que circula en una ruta nacional que conecta Buenos Aires con el Océano Pacífico.

Algunas interpretaciones de locales sobre la toma de este borde, transmitidas en conversaciones informales, señalan que la apropiación de ese lugar surge porque Chacabuco ya no tiene espacios verdes habilitados para ese tipo de encuentros espontáneos. La ciudad creció y no se han creado plazas o parques que acompañen esa demanda (déficit de espacio público). Otra interpretación posible tiene que ver con el momento en que la ocupación del espacio se volvió más numerosa. Esto fue en el marco de las medidas de aislamiento y distanciamiento social promovidas durante la pandemia COVID19 que funcionaron como estrategias de prevención. Desde el punto de vista del relevamiento y en función de lo que aquí estamos pensando, el lugar es considerado una “zona liberada”, sin clara jurisdicción y sin vecinos que puedan quejarse del ruido o del movimiento. Con esto, se constata que allí, en ese espacio de lo pasajero, se disuelve la potestad de lo pueblerino basada en lo cercano. Es el lugar donde se reúnen las motos a hacer “picadas” o destrezas en velocidad, prácticas que se cobran vidas para las que, según los medios de comunicación locales, las autoridades no encuentran solución justamente por el mismo motivo: “no hay acuerdo sobre cuál policía debería intervenir”. En ese lugar tampoco la Asociación Civil Amigos de Haroldo Conti de Chacabuco pudo instalar una escultura de Basilio Argimón –personaje emblemático de la literatura de Haroldo Conti–, creada por un artista local para residir en la rotonda de entrada, aludiendo como explicación que el municipio no tiene autoridad sobre ese espacio.

En el imaginario local lo vertiginoso, o lo que es más dinámico o novedoso, siempre se ubica afuera de la localidad (“no pasa acá”). Este espacio que hemos identificado “fuera del control”, donde “no hay vecinos que se quejen” es intervenido en modalidades espontáneas que pueden volverse ritual de frontera (pícnic a la vera del auto, “picadas de motos”), rompiendo con una modalidad típica: ya no se espera ver pasar lo conocido. Este lugar es un punto de encuentro, de “juntada”, delineado a la distancia, en el movimiento constante y la velocidad. Esto se opone a lo que se encuentra en el interior donde prima lo estable, lo quieto, lo “mismo de siempre”. La práctica rebasa el borde que divide el estar adentro o afuera de la ciudad y encuentra en ese margen una forma de romper de alguna manera la continuidad. Sin embargo, el gesto se carga en el afuera y de manera fugaz, dejando el interior en condición inmutable.

Lo que continúa en una única dirección

En el imaginario local se pueden notar las fronteras simbólicas internas implantadas en un espacio urbano fragmentado y desigual. Lo que se liga y lo que se separa en el espacio social local, encuentra también su reflejo en el orden de las representaciones entre el centro y los barrios. El trabajo de campo ha mostrado que los usos de la referencia espacial “en los barrios” o “el centro”, organiza también una visión totalizante de la localidad que es dinámica y contingente. El “centro” ilumina, fija, es el espacio en el que se circula, es la arena en la que se reproduce lo legítimo. “Los barrios”, en cambio, son lugares que se visibilizan desde posiciones legítimas o centrales y se organizan en torno a otro tipo de institucionalidad como los Centros Integradores Comunitarios (CIC-municipales), las sociedades de fomento y los clubes, principalmente los de fútbol, los más representativos (Club Atlético Argentinos, Club D.S. 9 de Julio, Club Atlético Rivadavia, Club Atlético River Plate, Club Atlético Huracán).

Las “movidas” que tienen lugar en el centro de la ciudad se diferencian entre la mañana y la “nochecita” o “tardecita” como suelen mencionar los locales. La actividad hasta el mediodía se concentra alrededor de los bancos, las oficinas de la administración pública y la zona comercial. Lo más común, cuando se transita en esas horas de la mañana, es ver en las “confiterías” grupos de varones de mediana edad en adelante, conversando, en general siempre los mismos, a la misma hora. En esos horarios son excepcionales las ocasiones donde se ven en la misma actitud a grupos de mujeres o familias con niños. El otro momento en el que esta zona de la ciudad se ve con una marcada circulación de gente es en el atardecer, cuando los grupos vuelven a juntarse alrededor de la plaza principal, cafeterías y cervecerías, y se puede notar una mayor cantidad de jóvenes y adolescentes. Estas referencias dan cuenta de que las “juntadas” implican, en estos casos, intercambios sociales entre conocidos, basados en la conversación cotidiana y en el estar ahí para mirar o ser visto (Blanc, 2016). Es decir, el centro se configura como el principal espacio de circulación, lo que lo suele convertir en escenario de eventos propiciados por el gobierno local, principalmente en la zona de las escalinatas de la Municipalidad, el área del monumento de la plaza principal o las dos primeras cuadras de la calle comercial. Se destacan entre estos programas los carnavales, un evento en el que la tensión entre el centro y los barrios históricamente llega a su máxima expresión. En el centro “los vecinos se quejan”, por lo cual hubo épocas en las que los “corsos” oficiales se mudaron a una de las avenidas que hacen a la primera circunvalación de la ciudad, más “cerca” de los barrios.

La gente del barrio viene al centro, al Festival de Músicos Unidos, los carnavales, y a la Fiesta [Nacional] del Maíz… Y después no participa de las actividades culturales, si vos las llevas a los barrios sí. (Exdirectora de Cultura y docente, entrevista,  29/01/2019)

La otra cosa, que siempre “vamos a llevar cultura a los barrios”… ¡no! El de acá atrás se quiere vestir, emperifollar para ir al centro y salir, también quiere estar de ojota mirando algo, pero no creas que no quiere venir al centro. (Artista y empleada municipal, entrevista, 29/01/2021)

Si vos vas a los CIC, llevás actividades, sí van. Laburan mucho los de las sociedades de fomento. Los corsos que se hacen en 9 de Julio, la gente participa y es la gente del barrio. Cuando se hacía el festival del Rivadavia, creo que era el festival de la pizza, colapsaba la gente del barrio. Van cuando es algo ahí. Si no, a los otros espectáculos no van. Ni te digo una obra de teatro, cuesta un huevo que vengan, no hay práctica de ir a ver una obra de teatro, ir a algo que no sea un festival donde hay música, chacareras… (Exsecretaria de cultura y docente, entrevista, 03/02/2022)

En la lectura de varios gestores de la cultura local –como se puede notar en las citas–, la circulación de las personas por las propuestas culturales está condicionada por la propia fragmentación del espacio. Si bien los bordes del centro se amplían y los de los barrios se diversifican y crecen, la experiencia de lo cultural y lo artístico se mantiene en la lógica original: en el centro, las instituciones culturales y artísticas (cultura restringida); y en los barrios, los clubes y sociedades de fomento con movidas culturales populares y callejeras (murgas, festivales, talleres). Traspasando esos bordes, en la zona rural, queda el espacio de los centros tradicionalistas y la organización de jineteadas o eventos de otras destrezas criollas a los que la población suele concurrir masivamente. Como se puede ver, en la espacialidad dividida entre centro/barrios, urbano/rural también prima el sentido de la continuidad aunque de márgenes porosos. Esto se comprueba en la poca dispersión de sitios culturales o de promoción de actividades artísticas sobre el plano de la ciudad, quedando todos concentrados en el ejido urbano central. El planteo de “somos siempre los mismos” a pesar de que la ciudad crezca y se expanda, indica que los lugares donde circula lo cultural son fuente de la estabilidad y la continuidad de los fragmentos que le son constitutivos.

El interior del interior: prácticas culturales hogareñas

Otro lugar interesante, que no está enmarcado en el espacio público, pero apareció señalado frecuentemente en las entrevistas, es el que configuran las denominadas “peñas”: ritual tradicional principalmente de varones jóvenes y adultos. No necesariamente estos encuentros están vinculados con la música o la danza folclórica –aunque estas pueden circular–, sino que se denomina así a las reuniones de amigos que se dan con una determinada periodicidad durante un tiempo prolongado. Las peñas son organizadas en el ámbito de las casas de familia, en forma itinerante o en una modalidad fija, según las condiciones del espacio (comedor, quincho, parrilla grandes). Estas “juntadas”, como señalan las citas a continuación, sostienen un tiempo de continuidad periódico, pautado y repetitivo.

Estamos juntos desde hace más de veinte años y lo que puedo decirte es que los que no participan de una peña se pierden algo muy lindo. (Peñero 1, conversación informal, Chacabuco, 2023)

Es la reunión de un grupo de amigos que, una vez por semana o cada quince días, se juntan y el hecho principal es pasar un momento ameno, comer el asado, por supuesto, jugar al truco y compartir vivencia de cada uno. (Peñero 2, conversación informal, Chacabuco, 2023)

Es algo muy lindo, porque cada quince días nos juntamos un grupo de amigos desde el año 1981 para comer un asado, jugar a las cartas y siempre algo se discute por política o por fútbol, pero no pasa de eso. Es pasar una noche entre amigos y disfrutarla. (Peñero 3, conversación informal, Chacabuco, 2023)

Las peñas son encuentros basados en lo previsible, el lugar de lo imprevisible se asocia con el juego de cartas o con cualquier circunstancia particular que esté atravesando alguno de sus integrantes o la agenda pública en general. Algunas peñas se institucionalizan a tal punto que llegan a ponerse un nombre, en general, en referencia a algún tópico (por ejemplo, fútbol), persona o dueño de casa que los alberga. Es común que estas cofradías estén integradas por personas de trayectorias muy diversas que en algún momento confluyeron, sea por la escuela, el trabajo o amigos en común. Lo interesante de este ejemplo es la función de la casa como lugar en el que se reproduce ese ritmo de continuidad y de rutina. En el mismo sentido que lo planteó Da Matta (1997:55), en las peñas en las casas de Chacabuco, “las contradicciones han de ser prohibidas si no pueden ser organizadas en jerarquías o grados, no pueden causar una molestia intolerable”. En efecto, la temporalidad de este lugar remite a otra forma de repetición cíclica, espacio en el que se celebran y afirman las relaciones sociales desde la mismidad y se suspenden las diferencias.

En suma, el sentido de mostrar estos tres tipos de juntadas para ensayar articulaciones de tiempo y espacio en la pequeña ciudad se completa al enfatizar sobre cómo operan estos nudos en la manera de imaginar la cultura local desde los bordes. “Somos siempre los mismos” o “acá no pasa nada” pueden ser reinterpretados a la luz de estas experiencias de ruptura y continuidad. Pero lo más significativo son las formas veladas del control, que implican distintos modos de patrulla: espacial, policial, vecinal. Estas funcionan como límites que (re)producen relaciones que se sostienen en el tiempo. De esta manera, el borde que produce el sentido distinguiendo las reglas de uno y otro lado. A diferencia de la frontera, que opone su propio espacio/tiempo en un fragmento del espacio, el borde clasifica y organiza una serie de relaciones sociales que cobran sentido a partir del propio límite que recrea un adentro y un afuera. Veamos cómo esto incide más directamente en la manera en que se piensa y gestiona la práctica artística en la ciudad, ahora centrándonos en la otra categoría propuesta: las trayectorias.

TRAYECTORIAS Y LEGADOS MARCAN EL RITMO DE LO LOCAL

Hemos mencionado que en el imaginario de la pequeña ciudad aquello que se representa como progresivo, rápido y/o vertiginoso sucede en el afuera y no en su interior donde todo parece más lento. Esto nos indica una de las claves para entender cómo podrían vincularse la escala, el tiempo y el movimiento con la percepción de lo estable. Como vimos en el apartado anterior, estas categorías visibilizan lugares afirmados en una serie de articulaciones entre posiciones y poder, interconectadas con representaciones sobre interior/exterior y centro/periferia, reduciendo el tiempo a un presente perfecto que aparentemente es difícil de intervenir. En la pequeña ciudad lo que se opone a lo cotidiano –percibido como “chato”– es el movimiento que en el caso estudiado adquiere una dinámica particular ya que en general agencia la reproducción del statu quo.

También identificamos que el reclamo sobre lo actual –“Chacabuco ya no es como era antes”– se opone a una sobreinterpretación del pasado que clausura la imaginación del futuro. En relación con esto, Greene y de Abrantes (2018:226) señalan la existencia de un desajuste en el comercio de los imaginarios de este tipo de ciudades no metropolitanas, producto de una idea de desarrollo lineal que va de lo premoderno a lo moderno. Según estos autores, una sensación de tedio se encarna como signo visible y penetrante de una promesa incumplida, al no hallar la velocidad, el tumulto y la diferencia típica del modelo urbano, lo que hace que se vaya gestando un sentimiento de frustración por lo que no es, en vez de reconocerse en lo que sí. Algo de esta búsqueda lo expresaba la fundadora de la escuela de circo La Firulata (creada en 2008): “Chacabuco tiene algo como de quietud, algo que te hace quedar ahí, que tiene que ver con la tranquilidad, pero también con un espacio que a veces no encontrás” [Tomado del filme La Firulata, un circo de pueblo de Candelaria Palacios, 2021]. En este planteo, queda de manifiesto la trampa en la que la ausencia de ese espacio suprime la posibilidad de su creación.

Como venimos mencionando, en el espacio social local de la pequeña ciudad se experimenta una temporalidad basada en relaciones que se prolongan en el tiempo y alimentan un principio de estabilidad. Estas se articulan en procesos complejos, cuyos  movimientos confluyen en una percepción sucesiva, lineal y acumulativa, donde los indicios de lo estable se organizan alrededor del valor de una trayectoria. En el ámbito de lo local, lo que prevalece es aquello que puede ser expuesto y visualizado en la ciudad a partir de referencias espaciales y temporales. Esto es volcado en una narrativa de trayectoria basada en la definición de un nombre capaz de sostenerse en el tiempo, dejando huellas en el espacio y marcando épocas como forma de organización temporal. En el sector cultural de Chacabuco encontramos que los más visibles referentes se encuentran institucionalizados formalmente, algunos burocráticamente (bajo figuras jurídicas como asociaciones civiles, clubes), otras, nominal y simbólicamente (sin figura jurídica, como colectivos de artistas, grupos de teatro, de música, ballets)2. Podríamos pensar que la complejidad de alcanzar uno u otro grado de institucionalización yace en lo que implica erigir las bases para la continuidad de un proyecto cultural en la pequeña ciudad, en un marco de fragmentación espacial y heterogeneidad social. En efecto, debe destacarse este contexto porque da cuenta de que sus principales desafíos están atados a la escala y a su ritmo.

En relación con esto último, Lefebvre (2007:9) planteó que en la repetición en el tiempo y en el espacio se halla el ritmo. Y que no hay repetición absoluta, idéntica, de manera indefinida, sino que cuando se trata de los ritos cotidianos, siempre hay algo de improviso que se introduce en lo repetitivo: la diferencia. En el trabajo de campo hemos recopilado referencias que tensionan el imaginario de lo estable en la reivindicación de un pasado que ya no es y las dificultades de ir hacia lo “distinto” que fracasan o no llegan a viabilizarse (“esto siempre fue así”). Esto indica una experiencia que se trunca y encauza una continuidad cargada de formas recurrentes pero diferentes. Como proponía Leach (1971), es en el marco de esos contrastes, en las oscilaciones entre lo uno y lo otro, donde es posible notar la experiencia del tiempo. Lo que marca el ritmo o la experiencia del tiempo, circular en este caso, es el resultado de una secuencia de oscilaciones entre polos opuestos, una discontinuidad de contrastes repetitivos.

Rosane Prado (1988) identificó en una pequeña ciudad brasileña del interior del estado de São Paulo que las valoraciones sobre la propia cultura se basaban en las tradiciones del lugar que, por ese tiempo, sus vecinos sentían que se estaban perdiendo. Esto producía la sensación de no poder avanzar y sostenía la reproducción de lo cultural como algo que quedaba fijado. Todas sus observaciones son un inspirador aporte sobre las representaciones colectivas locales, que conviven entre un “tiempo mítico” y un “tiempo circular”. El primero, referido a ese pasado valorizado como tradición; y el segundo, el tiempo actual, basado en las rutinas y en los “eventos de fin de semana”, que si bien se oponían al ritmo de lo cotidiano, iban componiendo algo que adquiere otra forma de repetición. Salvando las distancias geográficas e históricas, sus aportes exponían algo que aún sigue siendo visible en Chacabuco más de treinta años después. La idea de que el tiempo bueno ya pasó (tiempo histórico) y la percepción de que las cosas ya no son las mismas (tiempo actual) permanece en vigencia y se puede identificar como un motor, también, dentro de la lógica de la gestión y la producción cultural local en nuestra ciudad objetivo. Encontramos una experiencia del tiempo que se estabiliza a través de formas culturales más allá de las transformaciones propias de la globalización digital. Todo configura una gramática de espacios y temporalidades, que se ordenan en oposiciones diferenciadas permitiendo recuerdos y memorias de distinta calidad, sensibilidad y forma de organización, sosteniendo la existencia de la sociedad como un todo articulado (Da Matta, 1997).

En este marco, la trayectoria es una categoría que nos permite dar cuenta de ese todo articulado, ya que en su narrativa vincula el pasado y el presente, pero también organiza el futuro. La narración muestra el borde de la experiencia, aquello que le otorga sentido diferenciándolo o acercándolo al resto. En relación con esto último, hemos mostrado un patrón particular y característico en la dinámica de los centros contraculturales, alternativos o independientes de Chacabuco marcado por su tiempo de vida (aproximadamente de dos años) (RÉ, 2024). En el relevamiento de redes sociales, de documentos de distintas épocas, así como en las entrevistas, estos lugares aparecen como una especie de tradición contracultural. En los últimos veinte años, el Sótano del Hotel Unión, El Altillo y La Casa fueron lugares donde confluían las disidencias, los movimientos de izquierda e independientes. Espacios marcados por una discontinuidad periódica, generacional, acumulativa, que se acoplaba a una temporalidad circular propia de la pequeña urbe.

Nosotros en ese momento teníamos el Centro Cultural El Altillo, allá por el 2003/2004 […] los artistas digamos del under, de la izquierda, o sea los que no hacen lo que la ciudad reconoce más como cultura propia de un pueblo como este, encontraron un espacio. […] Era un espacio donde las reglas eran muy distintas porque las miradas eran muy distintas, los encuentros artísticos eran muy distintos. No eran muchos, pero era el grupo más dinámico de una juventud que después se fue. Quedaron algunos pocos, hubo algunos que después volvieron y otros hicieron otros centros culturales. El último fue La Casa, que también estaba buenísimo (Artista y docente, entrevista, 14/04/2019).

La cita describe un lugar que se instituye como un espacio abierto a quienes vuelven, que integra a quienes se encuentran en una circulación ampliada (“los que se fueron a estudiar”) y producen una intersección que moviliza el adentro y el afuera.

Vos ibas a los encuentros y tenías en una habitación uno que hacía teatro, otro una obra de exposición. Ahora, una cosa era ir, este fin de semana éramos los diez que estábamos siempre, ¿viste? Aparte los ves por generaciones, porque eran los viejos, o los que a mí me enseñaban cuando yo era pibe y después estaban los que yo he formado que eran los que iban al Centro Cultural El Altillo. (Artista y docente, entrevista, 14/04/2019).

Estos son espacios jóvenes y viejos, que se dan en la transición de un afuera y un adentro vivo y contracultural. Son lugares intergeneracionales, que respetan un legado, como se puede ver en el siguiente fragmento de la carta de despedida, tomada de la cuenta de Facebook de La Casa, el último Centro Cultural independiente registrado en Chacabuco hasta el año 2023:

Facebook. 7 de marzo de 2018 […] No creemos que se haya cerrado un círculo, ya que nosotros no abrimos ninguno. Quizá en nuestras manos estuvo Haroldo Conti o el cuento de una tal Cueva o el famoso Altillo, no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que lo único que hicimos fue darle una vuelta de rosca a ese círculo que tantas veces quisieron cortar, desaparecer o acallar […] Existe un movimiento que quienes lo siguen no iniciaron y que supone un devenir de la historia cultural local. Este alberga una temporalidad que le es propia, que se narra en la continuidad y está sujeta a un legado. Estos espacios culturales se integran al ciclo cultural local mostrando que la diversidad y lo heterodoxo encuentran sus vías públicas de acción en una forma puntual, itinerante y efervescente. El legado de la heterodoxia ajusta su trayectoria y su legitimidad en la presencia y el aval de sus antecesores en el lugar. La generación se presenta como el borde que reaviva su gestión. Así es como se solapan dos tiempos, uno que aparece como repetitivo y se relaciona con la vida cotidiana; y otro que tiene que ver con la sucesión de generaciones (Vargas Cetina, 2007:44). Es en estos bordes y trayectorias donde la pequeña ciudad no metropolitana sincroniza los momentos de repetición y diferencia, gestando un ritmo propio sostenido en distintas formas de continuidad.

COMENTARIOS FINALES

A lo largo de este trabajo presentamos una serie de nudos que nos permitieron pensar en las articulaciones entre tiempo, espacio y cultura que sostienen un imaginario de lo estable en el marco de cambio y heterogeneización en una ciudad no metropolitana de pequeña escala. A partir del seguimiento de las prácticas culturales y artísticas locales, ensayamos un análisis atravesado por las categorías de borde y trayectoria, encontrando que el principio de continuidad/estabilidad se presenta como un significativo organizador del imaginario local.

A partir de la descripción de algunos tipos de “juntadas”, pudimos ver cómo las prácticas culturales dibujan líneas en el espacio que devienen en bordes que definen distancias sociales, direcciones (afuera/adentro; pasado/presente) y significados sobre los que se basan y sostienen las prácticas culturales posibles en el marco de la localidad. Hemos encontrado que las prácticas culturales (re)producen, respetan y a veces rebasan los bordes que delinean el espacio social local, organizando sus significados de manera tal que en el imaginario lo vertiginoso, dinámico o novedoso, siempre se ubican afuera de la localidad (“no pasa acá”). También mostramos que si bien la circulación trasvasa los bordes, suele primar el sentido de estabilidad de los fragmentos sociales que son constitutivos de los lugares. Allí, aparecían mecanismos de control como instancias límite, (re)produciendo esas relaciones que logran sostenerse en el tiempo y el espacio.

Por otro lado, pudimos notar el peso de la trayectoria como articuladora de este tipo de dinámica sociocultural. Identificamos una temporalidad marcada por la repetición de formas, lugares y personas,  que tiene que ver con un dispositivo que da cuenta de las condiciones de posibilidad de emergencia (o no) de lo disruptivo. En este sentido, descubrimos una serie de procedimientos que se acoplan en figuras, como el “legado” o la “trayectoria”, que sostienen la vigencia como continuidad. En efecto, si bien identificamos temporalidades en puja, que se superponen oscilando entre lo estable y lo móvil, observamos que la temporalidad a la que suscriben las prácticas culturales en la pequeña ciudad, en general, produce un ritmo marcado por la repetición y la circularidad.

En síntesis, tanto los bordes como las trayectorias nos hablan de las líneas que van configurando clasificaciones y organizando una serie de relaciones sociales, que cobran sentido a partir del propio límite que recrea un adentro y un afuera de la ciudad como un todo.

Notas

  1. Haroldo Conti (1925-1976, desaparecido): escritor, periodista y docente argentino nacido en Chacabuco (Bs. As.), detenido y desaparecido en la última dictadura cívico-militar en el año 1976. Considerado uno de los escritores más destacados de la generación del sesenta, en sus cuentos menciona frecuentemente lugares de su ciudad natal, Chacabuco, y a su vez, describe con mucha exactitud personajes reales reconocibles en la ciudad.
  2. Williams (2009:161) distingue entre instituciones culturales formalmente identificables que sostienen la tradición selectiva y las formaciones que son movimientos y tendencias en la vida intelectual y artística con influencia significativa en el desarrollo cultural. Este trabajo considera las formaciones como instituciones y toma la variable del tiempo de vida como elemento distintivo de clasificación que es propio en la dinámica cultural de tipo tradicional en estas escalas urbanas.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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