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ISSN: 1666–6186 / E-ISSN: 1853–3655

Cuaderno Urbano Nº28 | Año: 2020 | Vol. 28

ARTÍCULOS

De “Barracas al fondo” al barrio auténtico: un análisis de dos casos de patrimonialización al sur de la ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Silvia Hernández

Doctora en Ciencias Sociales (UBA-Paris 8). Docente en las carreras de Ciencias de la Comunicación y Edición (UBA). Dirige el Proyecto de Reconocimiento Institucional “La neoliberalización de la ciudad: ideologías urbanas, subjetividades y espacio público en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires” (Facultad de Ciencias Sociales, UBA).
silhernandez@gmail.com

Resumen

Este artículo analiza la patrimonialización de un sector al oeste del barrio sureño de Barracas (Buenos Aires, Argentina), alejado de las zonas más comerciales y céntricas, a partir de dos casos geográficamente próximos: el Pasaje Lanín y el café y bodegón La Flor de Barracas. El propósito es mostrar cómo los actores implicados en estos dos casos traducen mediante estrategias heterogéneas aspectos del pasado y del presente barriales al discurso del patrimonio, en el cual la autenticidad y la identidad locales aparecen como valores centrales. El cambio de imagen del área a través del patrimonio se articula con una recualificación urbana más amplia. Se analizan entrevistas, material hemerográfico, sitios de internet y redes sociales de los actores implicados y otros documentos relevantes, producidos desde 1998.

Palabras clave

Patrimonio; Barracas; recualificación urbana; tango; arte urbano.

From «barracas in the background» to the authentic neighborhood: An analysis of two cases of patrimonialization to the south of the city of buenos aires, Argentina

Abstract

This article analyzes the patrimonialization of a sector to the west of the southern neighborhood of Barracas (Buenos Aires, Argentina), away from the most commercial and central areas, based on two geographically close cases: the Pasaje Lanín and the café and bodegón La Flor de Barracas. The purpose is to show how the actors involved in these two cases translate, through heterogeneous strategies, aspects of the neighborhood’s past and present into the heritage discourse, in which local authenticity and identity appear as central values. The change of image of the area through heritage is articulated with a broader urban re-qualification. Interviews, hemerographic material, websites and social networks of the actors involved and other relevant documents produced since 1998 are analyzed.

Keywords

Heritage; Barracas; urban requalification; tango; street art.

From «barracas in the background» to the authentic neighborhood: An analysis of two cases of patrimonialization to the south of the city of buenos aires, Argentina

Resumo

Este artigo analisa a patrimonialização de um setor ao oeste do bairro sulista de Barracas (Buenos Aires, Argentina), afastado das zonas mais comerciais e centrais, a partir de dois casos geograficamente próximos: Pasaje Lanín e o café e bodegón La Flor de Barracas. O objetivo é mostrar como os atores envolvidos nestes dois casos traduzem, através de estratégias heterogêneas, aspectos do passado e do presente do bairro no discurso do patrimônio, no qual a autenticidade e a identidade locais aparecem como valores centrais. A mudança de imagem da área através do patrimônio articula-se com uma requalificação urbana mais ampla. Analisam-se entrevistas, material hemerográfico, sites de internet e redes sociais dos atores implicados e outros documentos relevantes, produzidos desde 1998.

Palavras chave

Património; Barracas; requalificação urbana; tango; arte de rua.


Introducción

¿Cómo llega una zona a emerger públicamente como “histórica”, “patrimonial”, “auténtica”? Este artículo analiza la patrimonialización de un sector al oeste del barrio sureño de Barracas (Buenos Aires, Argentina), alejado de las zonas comerciales y céntricas, a partir de dos casos geográficamente próximos: el Pasaje Lanín —donde el color aplicado a la fachada de las casas en 2001 por el artista plástico Marino Santa María emerge como valor patrimonial— y el centenario café y bodegón1 La Flor de Barracas, uno de los tres sitios del barrio declarados oficialmente “Café notable”, que, luego de su cambio de administración en 2009, entró en un proceso acelerado de patrimonialización.

Figura 1. Barrios de la Ciudad de Buenos Aires. Fuente: Mapoteca.edu.ar (Ministerio de Educación de la Nación).

Se ubican en una zona frecuentemente referida por los locales como “Barracas al fondo”, devaluada en términos inmobiliarios por su distancia al centro, por la fuerte marca de un pasado y un presente industrial, de talleres, depósitos, vías ferroviarias, hospitales, por la cercanía de la Villa 21-24 y el Riachuelo2 y por las restricciones para la construcción en altura. No obstante, esta área comenzó a atravesar un proceso de cambio de imagen y de recualificación urbana desde el cambio de milenio.3

Figura 2. Área del Pasaje Lanín y La Flor de Barracas en el plano de Barracas. Fuente: Elaboración propia.

El análisis de los dos casos mencionados permitirá mostrar los matices que adquiere el patrimonio en estrategias disímiles, así como su aspecto común: el hecho de que estas prácticas contribuyen a traducir aspectos del pasado y el presente del barrio al discurso del patrimonio, en el cual el valor de autenticidad adquiere una relevancia central (Heinich, 2009). El trabajo de los actores en cuestión en la patrimonialización de una calle y de un café puede leerse como un intento por recortar a Barracas de una “zona sur” de la ciudad históricamente estigmatizada (Hernández, 2020) volviendo atractivas sus iniciativas para la mirada externa y dotando de legitimidad su propia presencia. A su vez, esta puesta en marcha de lo que más adelante definiré como el dispositivo patrimonial de objetivación de la memoria se articula con un proceso de la recualificación más amplio del área y del barrio de Barracas.

Figura 3. Detalle de la ubicación del Pasaje Lanín y de La Flor de Barracas. Fuente: Elaboración propia.

Estos procesos se enmarcan en un ciclo de intensificación y expansión de la inversión inmobiliaria en la Ciudad de Buenos Aires (consecuencia de la devaluación de 2002 y la salida de la crisis post-2001; Baer, 2008), por el cual desde 2003 Barracas, un antiguo barrio preponderantemente industrial, comenzó a atravesar un proceso de recualificación urbana que tiende a la reconversión de los usos del suelo (de usos industriales y equipamiento a residencia y servicios) y a la llegada de inversores inmobiliarios, turistas, profesionales y residentes de grupos medios y altos. Es un proceso aún inacabado que no se realiza de forma homogénea (dado que se concentra especialmente en las áreas más cercanas al centro y sobre las grandes avenidas) ni lineal, pero que, como tendencia general, favorece la instalación de emprendimientos inmobiliarios y comerciales dirigidos a sectores sociales de mayores recursos económicos, sociales y culturales que los antiguos residentes, y trae aparejados procesos de gentrificación en algunas zonas específicas. En esta coyuntura, la recualificación simbólica por medio de la patrimonialización en los casos de estudio resulta significativa para observar cómo una porción de Barracas puede pasar de ser vista como “lejana”, “abandonada” y “peligrosa”, a ser considerada “atractiva” y “auténtica”.

Por otro lado, si bien desde hace décadas los barrios que se consolidaron como patrimoniales y turísticos en la ciudad fueron San Telmo y La Boca (Fabaron, 2019; Girola, Yacovino y Laborde, 2011; Herzer, 2012; Zunino Singh, 2006), otras iniciativas dispersas, llevadas adelante especialmente desde la década de 1990 por particulares y también por algunas dependencias gubernamentales, preconizaban un “redescubrimiento de los barrios” en clave patrimonial y cultural y una ampliación de los recorridos de lo visitable más allá del casco histórico, lo que daba pie a la emergencia de sitios patrimoniales en otros lugares.4

El pasaje Lanín y La Flor de Barracas ilustran cómo la emergencia de Barracas como barrio “patrimonial”, “auténtico” es el efecto de un proceso complejo que no se reduce exclusivamente ni a directrices de la UNESCO u organismos asociados, ni a la normativa del gobierno local, ni a los intereses de actores del mercado inmobiliario, ni a la iniciativa de algunos sujetos “pioneros” o grupos locales. En cambio, dicha emergencia supone la resignificación compleja de ciertos rasgos locales (como el tango, la gastronomía popular, la imagen de peligrosidad, el pasado industrial) como marcas de autenticidad en el marco del discurso del patrimonio. Así, las figuras locales del tango podrán aparecer enfrentadas con la imagen crecientemente internacionalizada y mercantilizada del género (Gómez Schettini, Almirón y González Bracco, 2011; Morel, 2013), la gastronomía popular podrá ser reivindicada como “auténticamente porteña” contra la cocina gourmet a la moda, el estigma de peligrosidad podrá ser reasumido como signo de ambiente pintoresco y el pasado industrial, revalorizado por sus restos edilicios ahora reconvertidos a nuevos usos. Algunos de estos rasgos serán luego retomados por actores del mercado inmobiliario y del gobierno de la ciudad (GCABA) con interés en la revalorización inmobiliaria y en el desarrollo turístico del barrio.

Aspectos teórico-metodológicos del estudio de la patrimonialización

Toda manera de hacer la ciudad supone también un modo de decir la ciudad que se hace, la que se transforma, la que se desea (Depaule y Topalov, 1996). Así, este análisis se interesa por cómo los discursos, las representaciones, los mitos forman parte de la conformación de la geografía simbólica de la ciudad, es decir, por cómo se cualifican, se recortan, se jerarquizan simbólicamente sus diferentes áreas. Las prácticas discursivas que nombran, dividen, describen, ordenan a ciertos inmuebles, prácticas o zonas (entre las que se cuenta la atribución de valor “patrimonial” a un área o inmueble) no solo recualifican a los bienes en cuestión, sino que también pueden modificar la imagen del lugar donde se emplazan y reestructurar su posición respecto de otros lugares.

Contrariamente a un esencialismo que presupone que el patrimonio es una cualidad inherente a bienes o prácticas, el valor patrimonial es un efecto de atribución, y el “patrimonio” es un modo específico de objetivar el pasado, las memorias y las identidades culturales y urbanas. En consecuencia, la patrimonialización es el conjunto complejo de los procesos heterogéneos por los cuales un sujeto individual o colectivo legitimado asigna un plus de autenticidad (histórica, arquitectónica, cultural, etc.) a un bien material o inmaterial a partir de una selección de sus rasgos. A partir de entonces, dicho objeto o práctica pasa a ser reconocido como portador de autenticidad, como representante de una identidad (de un grupo, de un lugar, etc.) y como garante de la diversidad (cultural o natural, según el caso). En función del valor cultual que le fue atribuido,5 exige ser respetado y preservado como valor en nombre del bien común y de la diversidad. La patrimonialización supone también que esa atribución pueda durar en el tiempo: es relevante entonces estudiar quién tiene el poder y la legitimidad de atribuir dicho valor, en qué momento y bajo qué condiciones. En tanto no hay rasgos a priori que obliguen o que impidan la patrimonialización de un bien o de una práctica, es preciso analizar los modos concretos en que la asignación de ese plus de autenticidad se realiza y los rituales en los que se ejerce su reconocimiento como objeto portador de propiedades hasta entonces inadvertidas.

Por otro lado, el patrimonio también puede ser definido como una respuesta ideológica que permite tramitar las contradicciones entre destrucción / transformación / permanencia ligadas al actual desarrollo capitalista en las ciudades, que altera la experiencia moderna de la ciudad (Sennett, 1997). La ideología no es una fachada que encubre intereses puramente especulativos respecto de la ciudad, sino que, siguiendo a Althusser (2004), es el modo material, práctico y atravesado por la lucha de clases, como los sujetos estructuran de forma imaginaria su relación con los procesos históricos, a partir del cual esos mismos sujetos se reconocen como implicados en dichos procesos (aun reconociéndose subjetivamente bajo la forma de su desimplicación).

Finalmente, el patrimonio es un dispositivo discursivo de objetivación de la memoria,6 entendiendo al “dispositivo” como régimen por el cual se distribuye lo visible y lo no visible, lo decible y lo no decible, que supone lucha y poder, en el cual emergen objetos, sentidos y rasgos de subjetividad (Deleuze, 1990). El dispositivo patrimonial (que se consolida desde la segunda mitad del siglo XX como el modo hegemónico de administrar las relaciones entre grupos sociales y su memoria colectiva) tiende a fijar identidades, prácticas, lugares a partir de una operación de salvaguarda que produce a la autenticidad y la diversidad cultural como valores. El nivel de análisis del patrimonio no es, entonces, el de las “tomas de conciencia” acerca de la importancia de la preservación, ni el de la ampliación de los saberes para identificarlo, como si fuera una propiedad de las cosas, sino el del espacio discursivo en el cual la dicotomía patrimonial / no patrimonial se dibuja como principio de clasificación, agrupamiento y jerarquización de memorias, objetos, prácticas y lugares, en un sentido similar al que Foucault (1992) utiliza para conceptualizar las formaciones discursivas.

Esta problematización se ubica entre dos vertientes teóricas. Primero, los estudios en comunicación, entendidos como una zona de investigaciones atenta a las significaciones, sus procesos de producción y sus transformaciones (Caletti, 2019), que interroga las ideologías, los discursos y la conformación de identidades atendiendo a la politicidad de los decires.7 Luego, una sociología urbana crítica que, preocupada por los sistemas de clasificación social y espacial (su emergencia, reproducción, sus efectos y las luchas que suscitan), permite abordar los procesos de transformación urbana atendiendo a la conformación disputada de espacios sociales (Bourdieu, 1985; Topalov, 2002).

El análisis, basado en entrevistas a actores relevantes, observación de campo, material hemerográfico de diarios y revistas de circulación nacional, el blog de la asociación vecinal patrimonialista “Proteger Barracas”, las redes sociales de La Flor de Barracas y otros documentos, releva los aspectos identitarios de Barracas resaltados en los enunciados y las definiciones diferenciales de “patrimonio” y los pone en relación con el rol de estas prácticas discursivas en la recualificación de los lugares.

El pasaje Lanín: El color y el arte como revitalizadores del espacio urbano

La intervención sobre el Pasaje Lanín por el artista plástico Marino Santa María en 2001 constituye un esfuerzo de ampliación de los recorridos de lo visitable más allá del circuito turístico tradicional del sur de la ciudad, circunscripto al casco histórico, ubicado en San Telmo, y al sector de “Caminito” en La Boca. Este pasaje intervenido artísticamente luego sería insertado por actores del gobierno local y del mercado inmobiliario en estrategias de recualificación urbana que tienen por objetivo la emergencia de esa zona devaluada en particular y de Barracas en general como un barrio con atractivo cultural e histórico y la radicación de inversiones inmobiliarias.

En la voz de Santa María, su intervención de arte público rompe con una imagen nostálgica del barrio, aunque, paradójicamente, esta iniciativa entra en el mismo circuito respecto del cual su mentor pretende distinguirse. En otros términos, el artista no retoma aquí una identidad pasada ni una memoria local preexistente para reconvertirlas al patrimonio, sino que produce un acontecimiento al cual procura cargar de fuerte sentido simbólico anticipando así su valor identitario para la zona e incorporándolo al discurso del patrimonio.

Lanín es actualmente uno de los sitios turísticos más conocidos de Barracas y uno de los primeros en haber sido incluido en guías y visitas como atractivo del barrio. Entre las intervenciones urbanas de Santa María en la ciudad,8 este pasaje de doscientos metros de largo con cuarenta fachadas decoradas con motivos abstractos es la más famosa. Declarado tempranamente de Interés Cultural y Turístico por la Legislatura porteña, el pasaje es central en el cambio de imagen de “Barracas al fondo”. A su alrededor, durante los años 2000, se desarrollarían diversas iniciativas culturales y gastronómicas, así como proyectos inmobiliarios, como el complejo de lofts de categoría “Barracas Central”, inaugurado en 2005 y promocionado como “patrimonio industrial”.

En uno de sus extremos se encuentran la vía de tren elevada, el Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial José Tiburcio Borda y el Hospital Braulio Aurelio Moyano. En el otro, la avenida Suárez es constantemente transitada por camiones. En la esquina de Lanín y Suárez se levanta la ex fábrica textil Piccaluga, el edificio de planta triangular construido en 1920 que actualmente es “Barracas Central”.

Santa María se crió en el pasaje Lanín, donde tiene su taller. Estudió Bellas Artes, en 1978 obtuvo un premio en el Salón Nacional como artista joven y participó de distintos grupos de artistas. Entre 1992 y 1998, cuando ya detentaba una posición reconocida, fue designado Rector Normalizador de la Escuela Prilidiano Pueyrredón, y como tal participó en la conversión de las escuelas superiores de arte al sistema universitario. Según su testimonio, su paso por la gestión universitaria le proveyó de capacidades de gestión y de contactos que le permitieron “darse el lujo” de emprender el proyecto del Lanín, su primera “intervención urbana consolidada”, inmediatamente finalizado el cargo de rector (entrevista, 09/04/2014).

Asimismo, entre las condiciones de posibilidad de realización y de consolidación del Pasaje Lanín como punto atractivo, se cuenta el impulso de los sucesivos gobiernos locales luego de la autonomización de la ciudad en 1996 para convertir a Buenos Aires en destino de turismo cultural relevante en América Latina; la paralela conformación de un imperativo de “revitalización” de la devaluada zona sur (Hernández, 2020) y las relaciones que Santa María fue tejiendo con funcionarios del gobierno local. El proyecto original de intervención del Pasaje Lanín data de 1998, y las obras comenzaron un año después con el auspicio de la Secretaría de Cultura porteña, la empresa de pinturas Alba, que donó los materiales, y la Corporación Buenos Aires Sur.9 Su realización estuvo acompañada por el reemplazo de luminarias y por la mejora de las veredas a cargo del GCABA. La intervención se inauguró en 2001, y desde entonces es sede de otras actividades culturales temporarias.

Desde el comienzo, el embellecimiento del entorno aparecía como dinamizador de un área deprimida y como refuerzo de los valores comunitarios. En la carpeta de presentación del proyecto ante el GCABA (1998), Santa María enfatizaba:

Crear un espacio de color que ayudará a provocar nuevos incentivos de vida y creatividad a quienes lo habiten o lo visiten. En una zona de Buenos Aires desolada como es Barracas, el color y la luz cuidando su misterio y agregándole magia [sic]. La obra intenta transformar los espacios de vida cotidiana en soportes de creatividad.
La creatividad como percepción de nuestro lugar en el mundo, el color como resguardo ecológico frente a esta zona de ferrocarriles, industrias y depósitos. […] Se trata de crear entre el artista y los vecinos un área que desarrolle una nueva perspectiva del lugar en la ciudad.

En la narración de Santa María, la intervención en Lanín tensiona la remisión corriente que vincula el patrimonio con la preservación del pasado, y aparece en cambio como la creación actual de una identidad para el lugar. Los motivos abstractos de las pinturas tienen, según el artista, la vocación de desmitificar la identidad tanguera, obrera e inmigrante del barrio, de “quebrar la supuesta tradición del barrio”:

Mi idea era ayudar a darle un envión a Barracas del siglo XXI. Porque al Lanín lo pensé a contrapelo de supuestas tradiciones que encasillaron al barrio. Por ejemplo, que Barracas es tango nada más, o la idea de que Barracas era sus fábricas. Las fábricas que cerraron hace rato… Una cosa es conocer y respetar la historia y otra es resistirse a ver cambios. Me gusta el folclore y también, mirar el presente y, sobre todo, hacia adelante. Entonces, con el arte abstracto, me corrí de todo aquello. Fue mi manera de decir: ‘Miren que hay un Barracas distinto, un Barracas nuevo’ (“El Pasaje Lanín estará de festejo”, Nueva Ciudad, 19/04/2018).

Sin embargo, ese rechazo de la tradición no es absoluto: concibió su obra con una fuerte marca de autoría, que permitiera convertirla en un sello de identidad local con valor de autenticidad —es decir, que pudiera ingresar en el circuito de lo patrimonial— y que encontrase referencias en otros hitos patrimoniales relevantes de la zona sur. Santa María compara permanentemente su obra con “Caminito”, la calle del vecino barrio de La Boca cuyas casas de chapa fueron pintadas de colores vivos por el artista Benito Quinquela Martín en 1959, y que hoy constituye uno de los puntos turísticos centrales de la ciudad. Los paralelismos que creador de Lanín establece entre ambos pasajes son la autoctonía convertida en recurso, el uso del color como fuente de alegría, de ausencia de conflicto y de renovación urbana (Lacarrieu, Carman y Girola, 2004) y el efecto de “marca” derivado de la firma del artista. Solo rechaza a Caminito por su falta actual de autenticidad, ligada a su exclusiva orientación hacia el turismo: “Caminito lo que perdió es la marca de identidad de Quinquela. Caminito se transformó en un producto que parece del intendente… de cualquier intendente, o que lo inventó un intendente” (entrevista, 09/04/2014). Esto le permite asignar a Lanín un plus de autenticidad que compense su lejanía geográfica respecto de los circuitos turísticos consagrados.

Desde el comienzo, autoridades locales y medios de comunicación también recurrieron a la comparación entre Lanín y Caminito, resaltando el impacto urbano y económico de la intervención y reforzando la ampliación de los circuitos turísticos mediante la construcción de marcas que identifiquen a zonas más “deprimidas”. En la inauguración, el por entonces subsecretario de Turismo del GCABA, Jorge Purciariello, afirmaba:

La calle Lanín será el segundo Caminito de Buenos Aires. Como el de La Boca, éste será un nuevo atractivo turístico de la ciudad y pronto se pondrá de moda. […] Con este emprendimiento estamos poniendo en valor un sector deprimido del sur de la ciudad que, en los próximos meses, experimentará un gran cambio gracias al desarrollo urbano que llevará adelante la Corporación del Sur” (“A partir de hoy, Barracas exhibe su propio Caminito”, La Nación, 19/04/2001).

Uno de esos cambios ligados a la inversión inmobiliaria fue la instalación del complejo de lofts de lujo “Barracas Central”. Para su lanzamiento en 2005 se realizó allí la primera de las cuatro muestras de decoración y diseño “Casa FOA” que se hicieron en Barracas,10 en la que los organizadores le otorgaron a Santa María el Premio al Paisajismo. Unos meses antes, la pintura de las fachadas había sido reemplazada por azulejo partido y mosaicos venecianos, lo que realzaba la imagen del conjunto y le aportaba durabilidad. Durante la muestra, Jorge González, presidente de la constructora BARESA a cargo de la refuncionalización de la fábrica, resaltaba: “Pero ni bien vimos el pasaje Lanín, sentimos que era un verdadero exponente del arte público. Nuestra intención fue poner en valor este edificio, que es ejemplo de arquitectura industrial de una época, e integrarlo al espacio urbano”. Y vaya a saber por qué misteriosa coincidencia, en abril de 2005, cuando Baresa B.A. Real Estate adquirió el predio, las pinturas del pasaje Lanín fueron reemplazadas por mayólicas, que le dan un aspecto fresco, pintoresco, único (“Casa FOA ahora mira al sur”, La Nación, 22/10/2005).

La remisión al arte permite a los empresarios denegar el interés lucrativo y el carácter de clase de la refuncionalización. El hecho de que este arte sea “público” sustenta la idea de que la “puesta en valor del patrimonio” es una iniciativa que beneficia a la comunidad local. Tres años después, el aumento de los precios de las propiedades y la apertura de locales poco frecuentes en la zona (como una vinoteca y una fotogalería) en los bajos de Barracas Central11 permitían que en medios de comunicación se hablara del pasaje como “un punto clave dentro de la nueva movida” barraquense.12 Como se observa en el siguiente aviso clasificado, una propiedad es ofertada apoyándose en la descripción de su entorno como “artístico pasaje fílmico”, “cool”.

Figura 4. Aviso inmobiliario. Fuente: jorgerepka.com (accedido el 13/06/2016).

En 2012, Santa María afirmaba: “Yo me considero pionero de lo que está ocurriendo en Barracas. Mi aporte artístico fue el estandarte de un cambio arquitectónico y urbanístico en la zona”.13 Al año siguiente, una presentación conjunta del artista y la asociación vecinal patrimonialista “Proteger Barracas”14 logró evitar demoliciones y construcciones de varios pisos en el pasaje y obtuvo una zonificación especial que restringe las alturas constructivas máximas. Esto da cuenta de la capacidad adquirida por este actor para hacer durar el paisaje simbolizado como “patrimonio”, en la medida en que su valor de autenticidad ya se había consolidado y devenía capaz de volver atractivos otros tipos de emprendimientos inmobiliarios, como la refuncionalización de una antigua fábrica o la venta misma de las casas con fachadas intervenidas.

La Flor de Barracas: el patrimonio, de la moralización de los espacios al recurso económico y cultural

El rechazo del tango y del pasado por parte de Santa María en favor de la producción de un valor distintivo para su obra contrasta con el modo en que otros actores encaran sus trabajos de patrimonialización. Si bien el tango fue central en la recualificación de otros barrios porteños como San Telmo (Zunino Singh, 2006) o Abasto (Carman, 2006), en Barracas la identidad tanguera que se recupera es la del malevaje, la del bajo fondo: un tango peligroso pero “verdadero”, que distintos trabajos de patrimonialización conjuran convirtiéndolo en muestra de autenticidad por contraposición al tango forexport, “para turistas”.

Un caso de esta recuperación, al que se suma la reivindicación de la gastronomía popular, es La Flor de Barracas, ubicada en la esquina de Suárez y Arcamendia, a cien metros de Barracas Central y del pasaje Lanín. Este café y bodegón inaugurado en 1906, propiedad de tres españoles durante seis décadas, fue puesto en venta a fines de los 2000 por la única sobreviviente del trío ante la imposibilidad de mantenerlo abierto. Entre rumores de que sería demolido para la construcción de un edificio, en 2009 fue adquirido por Renata Abadechea,15 una mujer residente en Belgrano, al norte de la ciudad, sin previa experiencia en el rubro gastronómico y proveniente de una familia que por generaciones ocupó importantes puestos públicos a nivel nacional. Renata se presenta a sí misma como ama de casa devenida empresaria. Lejos de remitir a la mujer consagrada a las tareas hogareñas, alude así a la imagen de quien gerencia tanto la familia como la empresa, como se observa en el hecho de que sus hijos pasaron a ser asesores y socios del nuevo emprendimiento y de que el personal doméstico de su casa se trasladó al café. En su descripción, la presencia de la cocinera familiar aparece como un valor a la hora de caracterizar la comida como auténticamente casera: “La cocinera santiagueña fue la que terminó armando la carta, porque armamos una carta casera para nosotros. Era la cocinera de casa, de toda la vida, ¡de mamá!” (Entrevista, 04/07/2014).

Renata afirma haber comprado inicialmente el café como inversión, con la idea de cerrarlo y venderlo cuando la zona se hubiera revalorizado, bajo conocimiento del (finalmente nunca concretado) proyecto de Distrito Gubernamental del GCABA que iba a instalarse en los hospitales neuropsiquiátricos, a trescientos metros de allí. Sin embargo, luego cambió de parecer: “Muchos pensaban que iba a destruirlo [al café], pero nunca se me cruzó por la cabeza. Yo quise conservar la identidad de Barracas; éste es un bar por el que pasaron muchas generaciones y sentí que debía protegerlo”.16

Desde la toma a cargo por Renata, La Flor fue rápidamente inscripta en registros patrimoniales oficiales: Café Notable (Legislatura porteña, 2010), Testimonio Vivo de la Memoria Ciudadana (Museo de la Ciudad, 2011) y Sitio Histórico de la Ciudad (Legislatura porteña, 2012). Fue incluida además en el libro Cafés Notables de la Comisión homónima17 y en Bodegones de Buenos Aires, del chef Pietro Sorba. El edificio se encuentra catalogado con protección cautelar desde 2013. Esta acelerada inscripción de La Flor de Barracas en registros patrimoniales es inteligible a la luz de al menos tres elementos. Primero, que la zona ya estaba siendo recualificada por el Pasaje Lanín y Barracas Central, así como por la cercanía del CMD. Existían además expectativas sobre futuras inversiones del GCABA que la valorizarían aún más. Luego, hay que considerar los recursos materiales y simbólicos disponibles y las estrategias desplegadas por sus administradores para sacar partido de la conversión de un “bar en ruinas” en un “lugar patrimonial”. Previamente a la llegada de Renata, la Comisión de Bares Notables había ofrecido a la antigua propietaria española incluirlo en el listado, propuesta que ella misma —entrada en años, al frente de un bar en decadencia— rechazó. En cambio, para Renata, la patrimonialización oficial será un recurso para “adecentar” el café, darlo a conocer a nuevos públicos y asegurar el capital invertido. Finalmente, la categoría “patrimonio” ya funcionaba públicamente en la disputa de Proteger Barracas contrapuesta a la de “especulación inmobiliaria”, asociada a las demoliciones y la construcción de “torres”. La inversión de Renata será para los “vecinos patrimonialistas” y sus aliados un acto ético:

Ese [demolición y construcción de “torre”] era el destino casi cantado del centenario bar de la esquina de Suárez y Arcamendia que se ponía en venta en 2009. Quienes recorríamos el barrio mirábamos con resignación el edificio maltrecho y el cartel en la ochava que ya había presagiado otros finales en el barrio. Cuando llegaron [Renata] y sus hijos desde la otra punta de la ciudad lo compraron ‘como inversión’, pero rápidamente comenzaron a entender el barrio y a ellos —gente sensible al fin— Barracas les entró, inevitablemente (Proteger Barracas, “Gracias por La Flor”, 03/12/2014).

La intervención de Renata queda resignificada como una “recuperación” desinteresada, altruista, ya no de un edificio, sino de la identidad barrial que se percibe como amenazada: todo lo contrario de la “especulación inmobiliaria”.

Una observación realizada en el lugar durante su gestión (que duró hasta fines de 2014) permitió constatar que algunos elementos preexistentes (las botellas antiguas, la vieja barra) eran reinterpretados como representantes del pasado del lugar y estetizados como símbolos de autenticidad barrial; mientras que otros, como el kiosco en la ventana o la venta de sándwiches al paso, resultaban difícilmente reapropiables en el nuevo esquema, y se procuraba reinscribirlos como muestras de aprecio por la diversidad y por lo pintoresco. “Todos los ambientes mantienen una mezcla muy precisa de novedades y arqueología”, describía el periodista patrimonialista Sergio Kiernan a poco de que Renata se hiciera cargo del sitio.18

Renata puede ser pensada en relación con el tipo ideal del “pionero” al cual se refiere en la literatura sobre gentrificación: aquel individuo con cierto gusto por la aventura que, contra toda advertencia, asume la empresa solitaria de la conquista moral de la frontera urbana tras la cual reside el “otro” salvaje (Smith, 2012). En su narración sobre el “renacimiento” de La Flor aparecía delimitada una frontera espacial: “La zona se está poniendo cada vez más linda. Cuando lo compramos, esto parecía el Lejano Oeste. Hoy es otra cosa, hasta vienen a comer personalidades famosas, desde Víctor Hugo Morales hasta Mauricio Macri”.19 Compara su arribo a Barracas con su llegada a Belgrano décadas antes, omitiendo la práctica de cambio de imagen y patrimonialización:

La verdad que yo cuando llegué, yo sabía que era un muy buen lugar. A mí me pasó cuando yo me fui a vivir a Bajo Belgrano. Cuando yo me caso, hace muchos años, la gente también creía que estaba loca, que era un horror, que era una villa, pero a mí me encantó porque tenía lo mismo que sentí acá. Y hoy es el barrio más paquete de Buenos Aires, o uno… (Entrevista, 04/07/2014).

Asimismo, puede detectarse en su narración una doble frontera temporal. Por un lado, un “antes” (reverso negativo del presente, cuando los “buenos vecinos” se veían imposibilitados de disfrutar del lugar), con el cual se habrá de romper para iniciar el “renacimiento”. Este “antes” es difícilmente absorbible en el presente, dado que allí se sitúa lo incivil, objeto de erradicación o adecentamiento:

Y que tuve la suerte de ver antes de que la limpiamos. Vi esa debacle, pero todo lo que había… en ese lugarcito [señala un rincón del café] era un tugurio que venían a jugar a las cartas ¡por guita! […] Alguien me dijo que acá lo que hacían era venir a chorear billeteras, era como una escuela de choreo, después devolvían todas las billeteras, las dejaban en el mostrador, pero aprendían [a robar] (Entrevista, 04/07/2014).

Por otro, una “historia” que puede resignificarse como patrimonio y que opera en el presente como garantía respecto de los usos tolerados del espacio. La conquista de la frontera aparece así como una cruzada en favor de “los vecinos”:

La gente entra a este lugar mágico y de a poco se va animando a salir de noche. Se sintieron valorizados. Hasta una vecina me regaló una planta como símbolo de lo bien que se le hizo al barrio, no solo económicamente”, cuenta con orgullo. […] [Renata] le demuestra a uno que no todo está perdido, que aún las reuniones pueden volver a ser lo que eran y que los barrios, las veredas, las calles, son de todos (“La Flor de Barracas, o cómo un bar porteño puede hacer renacer todo un barrio”, Eterna Buenos Aires, 31/08/2010).

No podemos menos que agradecerles, principalmente por habernos devuelto y consolidado una parte de nuestra historia barrial, pero también por compartir con nosotros el día a día barraquense; complejo, contradictorio, vibrante y vivo por sobre todas las cosas. (Proteger Barracas, “Gracias por La Flor”, 03/12/2014).

A partir del juego de las fronteras temporal y espacial, La Flor emerge ligada a una empresa moral de rescate de una identidad barrial fuertemente permeada por lo malevo. Esa misma recuperación patrimonial introduce un adecentamiento de ese carácter popular que se procura preservar, lo que puede traducirse en el desplazamiento de sujetos considerados “indeseables” o en su conversión en sujetos pintorescos que alimenten una imagen controlada de diversidad.

A fines de 2014 Renata cedió la gestión del café a Nicolás Mancini,20 un gestor cultural, guionista de TV y escritor, que relanzó la estrategia de patrimonialización desde una posición profesional. Graduado en una maestría en administración cultural con una tesis sobre la creación de espacios comerciales de temática tanguera, se acercó al mundo del tango en plena renovación del género a mediados de los 2000. Desde 2013 mantiene un blog especializado en cafés porteños, que lo llevó a conocer el circuito. Los saberes académicos y una trayectoria profesional ligada a la gestión cultural son recursos que le permiten ser actor de la patrimonialización con una reflexividad que Renata no poseía. Cuando llegó a La Flor, Nicolás emprendió un nuevo trabajo de cualificación del lugar de acuerdo con un concepto más estricto del café como sitio patrimonial y de su pertenencia a Barracas como “cuna del tango”: “Vos donde mires, hay un esfuerzo por activar el repertorio patrimonial de Barracas y de la ciudad entera. No hay ningún vuelco… no es que patiné y puse Bob Marley” (entrevista, 01/10/2015). El tango aparece fuertemente puesto en escena: llamó “Villoldo” al salón y “Arolas” al patio21 y los platos de la carta recibieron también nombres ligados al género. El valor de autenticidad de La Flor se construye en el discurso por oposición a lo escenográfico, a lo cool, a las modas, así como a la comida étnica o refinada asociada a circuitos gastronómicos de reciente creación:

Es muy auténtico este lugar, y el patio también. En San Telmo hay muchas apuestas nuevas, tienen nombre en inglés o en francés, o son patisserie, o son bistrot, y [acá] lo que tratamos es anclarnos al lugar. Por supuesto que yo San Telmo no consumo, no me hubiese gustado palermizar este lugar…22 puede ser que algún día tenga [algún espectáculo] de tango. Si la gente viene, no voy a ser tarado, pero me parece que el tango ya está implícito en mil cosas (Entrevista, 01/10/2015).

La patrimonialización ya no va en busca de declaraciones oficiales, sino que consiste en convertir cada detalle en una muestra de la pertenencia del café al acervo cultural de la ciudad. En la narración de Nicolás, el patrimonio no es algo dado que haya que proteger, sino una virtualidad que se realiza a través de una “activación”: importan menos los bienes en sí mismos que las operaciones de selección, énfasis, puesta en relación que se ejercen sobre ellos. Dice que La Flor “es un patrimonio del entorno barrial que no estaba activado, que no estaba aprovechado. Esa es mi tarea” (entrevista, 01/10/2015). “Activar patrimonialmente” es hacer de La Flor un sitio más barranquense que el propio Barracas: “Yo lo que pretendo es que cuando se hable de Barracas, el referente sea éste” (entrevista, 01/10/2015). Hacer de ella el emblema del barrio, retomando sus mitos centrales:

La Flor. Construida hace más de 100 años con materiales nobles. Los mismos que mantiene hoy. Nunca cerró. Polirrubro de arrabal. Fonda. Boliche. Bodegón. Café. Bar. La extensión de la casa de todos los que la disfrutan. Somos barrio. Somos Barracas. #‎LaFlorDeBarracas #‎EsquinaMistonga #‎Desde1906 (La Flor de Barracas, Facebook, 24/09/2015)

Por ejemplo, la venta en el café de productos históricamente producidos en el barrio, como el licor Hesperidina (producido por Bagley, cuya fábrica hoy es un complejo habitacional de categoría) o el chocolate Águila (fabricado por Águila-Saint, cuya antigua sede es actualmente un supermercado), da cuenta de esa explotación de la imagen mítica y recurrente en distintas prácticas de patrimonialización del “barrio con olor a galletitas”.23

Nicolás comprende además que difícilmente su primer emprendimiento productivo alcance el éxito si la zona circundante no ofrece otros atractivos patrimoniales. Esta preocupación se revela en su política de alianzas con instituciones barriales, como los clubes Sportivo Barracas y Barracas Central, el archivo histórico Enrique Puccia, la peluquería tradicional de Román Lamas o el propio Santa María, política que se refleja en actividades, promociones para clientes, entre otras. Una de sus alianzas fundamentales es con el Centro Metropolitano de Diseño, cuyas autoridades había conocido entre 2008 y 2011 cuando realizó proyectos para el GCABA en la zona sur. Cuando se hizo cargo de La Flor, aquellas relaciones se reactivaron en el armado de la “Experiencia Gastronómica Barracas” en 2013, y Nicolás se posicionó como proveedor de catering para eventos organizados por el centro. Dicha preocupación se expresa también en la intensa actividad en redes sociales, donde las publicaciones apuntan a poner de relieve rasgos de identidad del barrio, especialmente ligados a las pequeñas historias barriales. Estas prácticas, sumadas a su participación en eventos como La Noche de los Museos, son herramientas de promoción directa de La Flor que contribuyen de manera indirecta a la emergencia de Barracas como barrio patrimonial.

Conclusiones

Cuando se analizan los procesos de cambio urbano actuales suele ponerse el acento en la dinámica capitalista de destrucción creativa (Harvey, 2013). Aquí, el énfasis estuvo puesto, en cambio, en lo que podría llamarse una preservación transformadora, es decir, en la patrimonialización no solo como salvaguarda del pasado o de hitos identitarios actuales, sino como un modo complejo de recreación del pasado y del presente de un lugar, de creación de marcas del identidad nuevas destinadas a durar y de resignificación de los lugares mediante la atribución del valor de autenticidad.

En el caso de La Flor, se pudo observar cómo la categoría de “patrimonio” adquiere distintos sentidos desde 2009. Los reconocimientos por parte de dependencias y programas estatales se centran en la práctica de tomar café como patrimonio intangible24 y en la antigüedad del lugar. La asociación Proteger Barracas asocia su materialidad edilicia a una identidad barrial que se perdería si se lo demoliera para construir una “torre”. Para Renata, el patrimonio aparece como una herramienta moral de conquista del lugar y como operador de conversión de lo peligroso en pintoresco. Finalmente, para Nicolás el patrimonio es un recurso económico y cultural capaz de recualificar un café y una zona a partir de la construcción de referencias identitarias que puedan ser consumidas.

Lanín muestra que la patrimonialización también puede llevarse adelante mediante la ruptura con las imágenes más frecuentes asociadas al lugar. Aquí, el patrimonio aparece vinculado con la creación de una nueva referencia local y remite a la originalidad y la autenticidad de la obra artística. No obstante, Lanín no se desgaja discursivamente del todo de otras referencias patrimoniales de la ciudad, como lo muestra la permanente comparación por parte de su creador, de medios de comunicación y de funcionarios gubernamentales, del pasaje con Caminito. Esta heterogeneidad en los sentidos atribuidos al patrimonio muestra que la emergencia de un lugar como “auténtico” o “histórico” dista de ser un proceso espontáneo o lineal. Es más bien el efecto de una multiplicidad de prácticas de producción de imágenes y representaciones que traducen aspectos del pasado y del presente al dispositivo patrimonial, atribuyéndoles valor de autenticidad y de representantes de la diversidad.

Las diferentes iniciativas relevadas no tienen ninguna unidad a priori, pero pueden englobarse retroactivamente en la unidad de sus efectos: la separación de esta porción de Barracas del “sur” concebido como “olvidado” y “problemático” (Hernández, 2020), su distinción respecto de las “escenografías para turistas” y su emergencia como una “mina de autenticidad” (Heinich, 2009, p. 256). La autenticidad adjudicada a Barracas se sostiene en un repertorio de motivos relativamente estables (el bodegón, el olor a galletitas, el malevaje, el tango, el pasado industrial), que refuerzan un mito de este barrio como encarnación de la esencia de lo barrial, mito que es retomado por actores del sector inmobiliario y del GCABA a la hora de justificar importantes transformaciones del área, pero también por la asociación Proteger Barracas como emblema de un estilo de vida cuya supervivencia depende de la preservación de las casas bajas (Hernández, 2019a).

Resta decir que, en el proceso general de emergencia afirmativa de Barracas como barrio arrabalero, se invisibilizan las aristas más acuciantes de la cuestión social que presenta actualmente la zona, es decir, aquellas que no pueden exhibirse como rasgos pintorescos de “diversidad cultural”: la pobreza, la crisis habitacional y sanitaria, el vaciamiento de los hospitales psiquiátricos, la contaminación ambiental, la violencia de las fuerzas de seguridad.

Este análisis mostró que la condición patrimonial de un lugar no remite de forma transparente a un pasado o a una identidad dada; al contrario, un proceso de patrimonialización implica un litigio acerca de la producción de lo memorable que traduce las tensiones del presente.

Notas

  1. “Bodegón” remite a un tipo de restaurante popular. El término ha sido fuertemente recuperado en los últimos años en un coqueteo burgués por lo auténtico, lo típico, lo abundante, lo plebeyo.
  2. La Villa 21-24, la mayor de la ciudad, cuenta con 70,7 hectáreas y con casi 30.000 habitantes según el censo 2010. El Riachuelo, que marca el límite sur de la ciudad de Buenos Aires, se caracteriza por la gran contaminación de sus aguas provocada por los desechos industriales y por los efluvios cloacales de toda la cuenca Riachuelo-Matanza. En las últimas décadas se han comenzado iniciativas de saneamiento.
  3. En este proceso también tuvo y tiene relevancia el Centro Metropolitano de Diseño (CMD) inaugurado en 2001 en la misma zona, y corazón del Distrito de Diseño del (GCABA) desde 2013. Sobre el rol del CMD en la patrimonialización de Barracas, cf. Hernández (2017).
  4. Para un estudio de estas iniciativas para el barrio de Barracas, cf. Hernández (2019a).
  5. El giro de “valor cultual” es retomado de los planteos de Benjamin acerca del carácter aurático de la obra de arte ([1939] 2011). Para una reflexión sobre este punto en relación con el patrimonio, cf. Heinich (2009) y para una discusión acerca del lugar (político) del aura en la actualidad, cf. Escobar (2015).
  6. El concepto de memoria forma parte de un amplio campo de estudios desde las últimas décadas del siglo XX. De manera general, remite a la operación presente de dar sentido al pasado, práctica que implica procesos de producción de sentido, disputas y relaciones de poder actuales, y que convoca expectativas respecto del futuro (cf. Jelin, 2002). En este artículo, el foco está puesto en el discurso patrimonial como un modo particular (con condiciones históricas de posibilidad) de producir memoria a partir de la asignación de valor de autenticidad, sea retomando memorias preexistentes, sea creando nuevos sentidos sobre el pasado.
  7. Subyacen a este enfoque conceptos de la teoría marxista de la ideología, del análisis de discurso y de la teoría política contemporánea. Cf. Aguilar, Glozman, Grondona, Haidar, 2013-2014; Althusser, 2004, 2015; Foucault, 1992; Pêcheux, 2016; Žižek, 1992.
  8. Por ejemplo, los rostros de Gardel en los alrededores de la calle Zelaya (Abasto), la estación Plaza Italia de subterráneo con motivos inspirados en el Jardín Zoológico y en el Botánico o los toldos de los restaurantes de la calle Chile (San Telmo), por encargo del GCABA.
  9. La Corporación Buenos Aires Sur Sociedad del Estado fue creada por el GCABA en 2000. A poco de su conformación, se decía que poseía “un ambicioso proyecto: refundar el Sur mediante un programa de inversión pública y privada” (“Refundar el Sur”, La Nación, 16/12/2001). La entidad absorbe el derecho a vender tierras públicas y encarna un perfil de desarrollo del sur a través de acciones focalizadas y de la promoción de la asociación entre agentes públicos y privados en favor de estos (Rodríguez, Bañuelos y Mera, 2008).
  10. Las restantes se hicieron en 2006, 2011 y 2012. Para las cuatro se eligieron como sede fábricas refuncionalizadas caracterizadas como “patrimonio industrial”. Salvo una Casa FOA realizada en San Telmo en los años 90, estas cuatro ediciones constituyeron la primera vez que la exhibición se asentó en el sur de la ciudad (Hernández, 2015).
  11. Actualmente el paseo comercial está inactivo, lo que permite pensar que los procesos de recualificación y gentrificación no se realizan de modo constante ni unilineal, sino por avanzadas.
  12. “El boom Barracas”, Revista Oh La La!, mayo de 2008.
  13. “Renace Barracas desde el arte y el diseño”, La Nación, 22/10/2012.
  14. Esta asociación se creó en 2007 para resistir a las demoliciones y la construcción de edificios en altura (referidas como “torres”) en Barracas (Hernández, 2019c). Sobre las “torres” en Buenos Aires, cf. Elguezabal (2015); sobre estas asociaciones vecinales, cf. González Bracco (2013).
  15. Identidad anonimizada.
  16. “Renace…”, 22/10/2012.
  17. La comisión de Cafés Notables del GCABA, creada en 1998, está conformada por miembros de la Legislatura, el director General de Patrimonio, representantes de la Comisión de Patrimonio del Ministerio de Cultura, y representantes del sector de hoteles, bares y restaurantes.
  18. “La Flor que renació”, Suplemento Metro Cuadrado, Página/12,12/03/2011.
  19. “Renace…” (22/10/2012).
  20. Identidad anonimizada.
  21. Ángel Villoldo y Eduardo Arolas, nacidos en el sur de la ciudad, fueron compositores y músicos de tango relevantes a comienzos del siglo XX.
  22. Palermo es un barrio del norte de la ciudad que desde los años 90 transitó una profunda renovación y se convirtió en un centro de salidas recreativas y gastronómicas.
  23. Imagen olfativa frecuente en los relatos de antiguos lugareños, a la cual también recurren las agencias de marketing inmobiliario a cargo de la comercialización de las antiguas fábricas de productos alimenticios refuncionalizadas, como las ex Bagley o Canale (Hernández, 2019b).
  24. En 2014 el GCABA presentó ante la UNESCO la propuesta de declaración de “Patrimonio Intangible de la Humanidad” al “Hábito cultural alrededor de tomar café en Buenos Aires”.

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Año: 2020 | Vol. 28

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