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ISSN: 1666–6186 / E-ISSN: 1853–3655

Cuaderno Urbano Nº33 | Año: 2022 | Vol. 33

ARTÍCULO

Heterotopías y configuraciones espaciales. Una reflexión sobre espacialidad y territorio

Heterotopias and spatial configurations. A reflection about spatiality and territory

Heterotopias e configurações espaciais. Uma reflexão sobre espacialidade e território

Yobany Serna Castro

Profesor del Departamento de Filosofía, de la Universidad de Caldas. Magíster en Filosofía de esta misma universidad. Su labor docente e investigativa se centra, especialmente, en las áreas de la filosofía política y la filosofía moral.
yobany.serna@ucaldas.edu.co
ORCID: https://orcid.org/0000-0001-5727-9856

Resumen

El artículo consiste en un análisis sobre la espacialidad y el territorio, a la luz del concepto de heterotopía. Se trata de una indagación, esencialmente filosófica, sobre cómo las configuraciones y ordenaciones espaciales influyen y determinan no solo nuestro modo de movilizarnos en el espacio, sino en nuestros modos de vida. Se trata de entender el espacio como aquello donde acontece la temporalidad humana, razón por la cual puede decirse que la vida del hombre es una vida situada. La reflexión e indagación llevada a cabo se nutre de un análisis de contextos particulares, mediante lo cual se pretende analizar el modo como las heterotopías, entendidas como espacios otros (contra-espacios), influyen no solo en nuestra concepción del espacio y el territorio, sino que nos ayudan en nuestra comprensión de la naturaleza de modos de vida que, por sus condiciones, resultan ser también heterotópicos.

Palabras clave

Heterotopías; espacialidad; territorio; poder; alteridad; habitar; movilidad.

Abstract

The article consists of an analysis about spatiality and territory, in light of the concept of heterotopia. This is an inquiry, essentially philosophical, about how spatial configurations and ordinations influence and determine not only our mode of moving in space, but also in our modes of life. It is about understanding space as that where human temporality occurs, reason why it is possible to say that human life is a situated life. The reflection and inquiry carried out is feed by an analysis of particular contexts, whereby is expected to analyze the way how the heterotopias, understood as other spaces (counter spaces), influence not only in our conception of space and territory, but they help us in our understanding of the nature of ways of life that, for its conditions, turn out to be also heterotopic.

Keywords

Heterotopias; spatiality; territory; power; otherness; live in; mobility.

Resumo

O artigo consiste em uma análise da espacialidade e do território, à luz do conceito de heterotopia. É uma pesquisa essencialmente filosófica sobre como as configurações e arranjos espaciais influenciam e determinam não apenas nosso jeito de nos movermos no espaço, mas também nossos modos de vida. Trata-se de entender o espaço como aquele onde ocorre a temporalidade humana, razão pela qual se pode dizer que a vida do homem é uma vida situada. A reflexão e a investigação realizada é nutrida por uma análise de contextos particulares, através da qual se pretende analisar a forma como as heterotopias, entendidas como outros espaços (contra-espaços), influenciam não só a nossa concepção do espaço e do território, mas também ajudam-nos a compreender a natureza dos modos de vida que, pelas suas condições, também se revelam heterotópicos.

Palavras-chave

Heterotopias; espacialidade; território; poder; alteridade; viver; mobilidade.


DOI: https://doi.org/10.30972/crn.33336232


Introducción

El presente artículo trata de un análisis sobre la espacialidad y el territorio a partir del concepto de heterotopía, desarrollado por Michel Foucault. Se trata de ver cómo las heterotopías, como espacios otros, influyen no solo en nuestra concepción del espacio y el territorio, sino que nos ayudan en nuestra comprensión de la naturaleza de modos de vida que, por sus condiciones, resultan ser también heterotópicos. Se busca que este análisis nos ayude a entender también en qué sentido las configuraciones y ordenaciones espaciales influyen en nuestros modos de movilizarnos, y a comprender las razones por las cuales nuestra vida puede entenderse como una vida situada, en el sentido de ver el espacio no como un receptáculo que permite la acumulación u ordenación de cosas, sino como aquello donde acontece la temporalidad humana.

El estudio llevado a cabo se fundamenta, asimismo, en una reflexión hermenéutica mediante la cual se pretende poner en discusión ideas y conceptos con situaciones particulares concretas de ciertos espacios heterotópicos, en los que las dinámicas sociales y culturales que acontecen allí dan cuenta del porqué, desde una perspectiva espacial, hay una relación estrecha entre vida y territorio, en el sentido de que este, entendido como un ensamble geo-socio-histórico, resultado de juegos y relaciones de poder, moldea, configura y, hasta cierto punto, determina maneras de ser, las cuales, en su sentido amplio, no podrían entenderse completa y satisfactoriamente sin aludir al espacio.

1. Las heterotopías

Hay un dicho popular que reza así: “las cosas en su sitio”. Esto no significa algo distinto de que, para las cosas, hay lugares definidos. Estas deben estar en su lugar; fuera de este, pareciera como si rompieran con cierto orden (o como si se salieran de él), por lo que no encajan, no cuadran, no lucen en contexto y parecen extrañas. Es así como surge, por ejemplo, el caos o el desorden y, seguido de este, la necesidad de introducir el orden, la jerárquica armonía. Quizá las cosas lucen mejor cuando están bien dispuestas. Pero esto no solo pasa con las cosas; también acontece con las personas. Es por ello que, así como un reloj de pared debe estar en la pared, por algo lo llamamos así, nosotros debemos estar en ciertos lugares y actuar de cierta manera para que, como el reloj, no solo luzcamos bien, sino que nos comportemos apropiadamente. Pareciera como si se tratase de cierta especie de asepsia en las maneras de ser. Pero claro, hay sin embargo que hacer una precisión: el orden de las cosas y el de las personas no es, en todo caso, el mismo, ni obedece tampoco a idéntico propósito.

¿Por qué nos gusta el orden? ¿Hay alguna relación entre orden y dominio? ¿Cómo nos situamos en las jerarquías que necesariamente surgen en medio del, o gracias al, orden? Sin duda, al hablar de orden no estamos pensando, precisamente, en una cuestión meramente estética, sino —y ante todo— política. Por lo menos, así fue como lo concibió y expuso Foucault, por ejemplo, a lo largo de su obra. Y aunque él no es el único que ha hecho esto, lo cierto es que su especial manera de reflexionar sobre un tema como este es lo que hace que, frente a otras, su filosofía se nos presente particularmente sugerente. Entre las distintas formas como fue tratado el tema del poder por parte de Foucault1, hay una que, para nuestro caso, resulta ser de interés, a saber, aquella que tiene que ver con lo espacial y en la que, por ejemplo, encuentra sentido el problema de la vigilancia (que está asimismo vinculado con el tema del orden) en sociedades que, por su naturaleza, son disciplinarias. Sin duda, la imagen del panóptico es esencial en este sentido.

El anterior problema puede, por otra parte, rastrearse incluso en un libro de Foucault que, aparentemente, trata de un tema distinto del que mencionamos, pero el que, sin embargo, guarda conexión con este. Se trata de Las Palabras y las cosas, obra de 1966, donde Foucault reflexiona profundamente sobre el problema de la verdad; un problema del que podemos formular el siguiente interrogante: ¿qué relación hay entre los discursos y las cosas para que podamos decir de unos que son verdaderos respecto de aquello que mencionan o a lo que se refieren? En esta obra, que está dedicada a un estudio arqueológico sobre las ciencias humanas, encuentra lugar una reflexión sobre las heterotopías, a propósito de la enciclopedia china titulada Emporio celestial de conocimientos benévolos, de la que habla Jorge Luis Borges en su El idioma analítico de John Wilkins, que resulta ser oportuna respecto de lo que, posteriormente, tendría por decir Foucault acerca de aquellas.

En el contexto de las palabras, dice Foucault lo siguiente acerca de las heterotopías:

Las heterotopías inquietan, sin duda porque minan secretamente el lenguaje, porque impiden nombrar esto y aquello, porque rompen los nombres comunes o los enmarañan, porque arruinan de antemano la “sintaxis” y no sólo la que construye las frases —aquella menos evidente que hace “mantenerse juntas” (unas al otro lado o frente a otras) a las palabras y a las cosas. Por ello, las utopías permiten las fábulas y los discursos: se encuentran en el filo recto del lenguaje, en la dimensión fundamental de la fábula; las heterotopías (como las que con tanta frecuencia se encuentran en Borges) secan el propósito, detienen las palabras en sí mismas, desafían, desde su raíz, toda posibilidad gramática; desatan los mitos y envuelven en esterilidad el lirismo de las frases. (1968, p. 3)

Como lo dijo Stavros Stavrides (2016), la heterotopía es para Foucault ya no en un sentido lingüístico, sino espacial, territorial, “ausencia de “espacio amistoso” (p. 169). No tratándose ya del lenguaje, sino del espacio, la heterotopía vendría a ser aquello que rompe con la lógica de los espacios normalizados2, cuestionando no ya la sintaxis del lenguaje, sino los mecanismos que regulan y determinan pautas de comportamiento. Las heterotopías, también del año 1966, trata justamente de este problema. Allí, Foucault las concibe como “espacios absolutamente diferentes” (p. 21), y en cuya diferencia radicaría su principal característica respecto de los espacios homogéneos, fruto de la institucionalización y el orden introducido mediante distintos mecanismos de poder. Es por ello que, según el propio Foucault (1994), las heterotopías son también lugares otros; lugares inclasificables precisamente porque su configuración escapa a espacios de poder, a saberes hegemónicos, pero también a discursos organizados. En este sentido, el cementerio, al igual que el prostíbulo, el teatro o el jardín, son para Foucault ejemplos claros de heterotopías.

A diferencia de las utopías, las heterotopías consisten en emplazamientos reales3, físicamente localizables, pese a ser lugares que están por fuera de todos los lugares4. “Las heterotopías se forman con relaciones fracturadas de un sistema, por ello interrelacionan elementos que dentro de él serían imposibles de conectar, crean puentes entre una estructura y otra y hacen que sus relaciones constitutivas varíen, cambien y se contradigan” (Zambrano, 2017, p. 36).

Como lo sugiere Stavrides (2016), las heterotopías pueden entenderse también como pasajes, o transiciones, hacia la alteridad. En sus palabras, “las heterotopías entendidas como pasajes son lugares en movimiento, en los que todo lo que sucede se ha desprendido del orden anterior sin que tenga un destino concreto” (p. 175). Vistas así, son también contra-lugares, escenarios de la divergencia; escenarios en los que busca subvertirse un orden, pero además en el que este es padecido igualmente.

Como escenarios de divergencia, las heterotopías posibilitan, del mismo modo, nuevas o distintas maneras de ser vividos y habitados los espacios, tal y como ocurre, por ejemplo, en esos lugares a los que no se puede ir de noche, o en las ferias, “esos maravillosos emplazamientos vacíos en el borde de las ciudades, y que una o dos veces por año se llenan de barracas, de muestrarios, de objetos heteróclitos, de luchadores, de mujeres-serpiente y de echadoras de la buenaventura” (Foucault, 1994, p. 27).

Si bien la nuestra es una vida temporal, la espacialidad tiene que ver con los enclaves donde esa temporalidad acontece. El espacio no es tanto un contenedor donde podemos ser ubicados, sino más bien aquello que influye en nuestra constitución ontológica. Se trata de entender la espacialidad como un rasgo esencial y fundante de la vida humana. Y así, aunque solemos pensar nuestra vida en términos especialmente temporales, esa temporalidad no puede, sin embargo, pensarse en el vacío. El espacio es aquello donde acontece la temporalidad. Nuestra vida es una vida situada.

Según Foucault (1994),

No se vive en un espacio neutro y blanco; no se vive, no se muere, no se ama en el rectángulo de una hoja de papel. Se vive, se muere, se ama en un espacio cuadriculado, recortado, abigarrado, con zonas claras y zonas oscuras, diferencias de niveles, escalones, huecos, protuberancias, regiones duras, penetrables, porosas. Están las regiones de pasaje, los cafés, los cines, las playas, los hoteles, y después están las regiones cerradas del reposo y de la propia casa. Ahora bien, entre todos esos lugares que se distinguen unos de otros, hay algunos que son absolutamente distintos: lugares que se oponen a todos los otros, que están destinados de algún modo a borrarlos, a neutralizarlos o a purificarlos. Son de alguna manera contraespacios. (p. 20)

Si la nuestra es una vida situada, ¿cómo entenderla entonces a través de esas sinuosidades del espacio, de esas zonas claras y oscuras de las que habla Foucault? Se trata de una pregunta que remite a la cuestión de cómo el espacio afecta no solo al cuerpo, sino a nuestros modos diversos de ser, en el sentido de que las configuraciones espaciales influyen decisivamente en nuestros comportamientos y, de manera amplia, en nuestros modos de habitar. Es decir, entre los órdenes que recibe el espacio y nuestros comportamientos, hay una relación determinante de los modos de ser que nos definen o caracterizan. Es por ello que tiene sentido pensar que, si se quiere influir en estos modos de ser y de habitar, además de pensar en valores, principios o actitudes, también hay que hacerlo atendiendo al orden espacial. La planificación del espacio, en este sentido, tiene que ver también con una planificación de los desplazamientos, del permanecer, del habitar, del transitar, del caminar. Esto puede ilustrarse fácilmente en la manera como, por decir algo, son configurados los espacios de los centros comerciales, las escuelas, las iglesias, las cárceles, los bulevares o las grandes avenidas; pero también de cómo son pensados los parques, las plazas, las zonas residenciales o los barrios populares. Se trata de advertir ciertas intencionalidades en el ejercicio de la planificación.

Si quisiéramos saber cómo se vive en una ciudad, tiene sentido que nos fijemos en el modo como esta ha ido (re)construyéndose y transformándose con el paso del tiempo. No se habita del mismo modo en una ciudad en la que hay, por ejemplo, ciclovías, zonas de tolerancia o parques, que en una donde no los hay. Asimismo, tampoco se vive del mismo modo en una ciudad en la que, habiendo estos (y muchos otros espacios), existe cierta normalización de las conductas y en aquellos en los que no.

Las heterotopías, como espacios otros, son espacios que no siempre podemos caracterizar con facilidad. Son esos lugares que se yuxtaponen con otros que son incompatibles, como El Bronx, en Bogotá, que estaba tan solo a 880 metros del Palacio de Justicia, del Capitolio y de la Casa de Nariño (residencia oficial y principal sede de trabajo del presidente). Estas yuxtaposiciones las encontramos también en lo que parece ser el escenario heterotópico por excelencia, a saber: la calle. Esto, asimismo, nos permite también decir que las heterotopías no tienen por qué estar determinadas por el rasgo de la permanencia o la durabilidad. Ellas también están determinadas por la transitoriedad5. Si nos detenemos un día cualquiera en un lugar como el Parque Caldas o la Plaza de Bolívar, en Manizales, o en alguna otra plaza o parque de una ciudad distinta de esta, podremos notar cómo emergen y desaparecen heterotopías y comportamientos otros. Cerca de un mismo lugar acontecen desde la justicia hasta la criminalidad, desde la ayuda para el alcoholismo, hasta la embriaguez absoluta y radical, desde la expiación de los pecados, hasta aquello que nos lleva a cometerlos nuevamente. Sin duda, si bien la calle es el escenario de la mismidad, también lo es, y con mayor fuerza, de la otredad. La calle, sin duda, es el espacio de lo definitivamente otro.

Según María García Alonso (2016), “ningún espacio es en sí mismo una heterotopía. Es una heterotopía para alguien”. En estos términos, según la interpretación de Alonso, es posible decir que para los niños que juegan en el parque este no se trata justamente de una heterotopía, como sí lo es para quienes se reúnen allí, del modo como lo hacen, para drogarse o emborracharse, o incluso para jugar o hacer protestas. Asimismo, para María Alonso, las heterotopías no son meramente “lugares estancos que permanecen para siempre, sino que son espacios que se montan y se desmontan según las circunstancias sociales” (2016). Entre estas están, sin ser la única, la presencia policíaca.

Entre todos los emplazamientos heterotópicos que tienen lugar en las ciudades, hay algunos que resultan particularmente interesantes por el tipo de relaciones que acontecen o surgen allí. Las galerías6 son un buen ejemplo de esos lugares en los que acontecen distintas heterotopías, cada una con sus lenguajes, con sus maneras de influir significativamente en quienes las habitan o frecuentan. Estas heterotopías se caracterizan por sus dinámicas específicas, por lo que, aun si unas se parecen a otras, no dejan de ser emplazamientos únicos, en los que las realidades que acontecen allí no son susceptibles de ser reducidas unas a otras.

Aparte de estos lugares, hay otros que, entre los muchos que son susceptibles de concebirse como emplazamientos heterotópicos, se encuentran en los márgenes de las ciudades, en esas zonas difusas y fronterizas, cuyas lógicas y dinámicas de vida suelen escaparse de nuestra comprensión. Se trata de territorios en los que, para recordar a Yi-Fu Tuan (2007), hay distintas percepciones, actitudes y valores sobre el entorno. Desde zapatos colgando en lo alto de las cuerdas eléctricas, a manera de hilera, desde el baile y la fiesta en mitad de una calle, hasta el partido de fútbol en medio de una cuadra; desde los encuentros en las esquinas o en las escalas de las calles, desde las conversaciones en las puertas o las ventanas de las casas, desde los niños jugando a construir sus propios territorios, entre muchos otros acontecimientos, hacen parte de esas dinámicas que, pensadas desde otros espacios, parecen ser inconcebibles. Por ejemplo, armar una pista de baile en un callejón de un lugar como estos no solo resulta incomprensible, sino inadecuado en un espacio caracterizado por otras formas de vida, otras actitudes y otros valores; pero allí, esto no solo es normal, sino que “define”, hasta cierto punto, un rasgo esencial del lugar o, mejor, del territorio y de sus habitantes.

¿De qué territorios se trata? Sin duda, de territorios de la alteridad. Se trata de espacios en los que los zapatos colgados de los cables, una esquina o unas escalas influyen en los comportamientos de la gente. No solo son lugares de paso, por los que alguien camina o en los que se mueve; son también lugares otros, cuya simbología y asociación con el entorno es importante comprender, cuando se tiene la intención de estudiar las relaciones que hay entre el hombre y el espacio. Al hallarse en un espacio de maneras diferentes, el hombre configura sus propios territorios. En este sentido, y no meramente en el tradicional, el hombre es un ser territorial.

Ahora bien, y si el hombre es un ser que, entre otros, configura sus propios territorios, cómo podríamos responder las siguientes preguntas que apuntan a nuestras percepciones, actitudes y valores, respecto del entorno:

¿Cuáles son nuestras visiones del entorno material, sea éste natural o artificio humano? ¿Cómo lo percibimos, cómo lo estructuramos, cómo lo valoramos? ¿Cuáles han sido y cuáles son nuestros ideales con respecto al medio? ¿De qué modo la economía, los estilos de vida e incluso el marco físico afectan nuestras actitudes y valores hacia él? ¿Qué relación existe entre entorno y cosmovisión? (Yi-Fu Tuan, 2007, p. 9)

Por muchas y evidentes razones, lugares como estos están lejos de ser concebidos utópicamente (en el sentido descrito por Foucault). Mejor es decir que estos lugares son, a su modo, la representación concreta de un sinnúmero de males, el efecto perverso del uso del poder. Quizá sea por esto que, en nuestro imaginario, la asociación recurrente que establecemos entre estos espacios sea con lo marginal, lo clandestino y lo oscuro de una ciudad. Esto puede ser cierto; pero la realidad de estos lugares no termina allí. Y es esa otra parte del relato, o de las ideas que nos podemos hacer de la comuna, del barrio que se agarra a la ladera de la montaña, de aquel que se halla separado por sendas avenidas o que se oculta tras los muros, aquellos que buscan esconder la pobreza, las que pueden ayudar en nuestro intento de saber por qué, o en qué sentido, la vida que acontece allí es una vida otra, una vida heterotópica.

Ahora bien, y teniendo en cuenta estas consideraciones sobre el espacio, a la luz del concepto de heterotopía, que, como vimos, supone posibilidades diversas de entendernos a nosotros mismos, a través de relaciones y configuraciones complejas que se generan en esos lugares que habitamos y frecuentamos, pero también que constituimos, podemos, con base en lo dicho, reflexionar sobre el tema del habitar como un medio a través del cual podemos darle forma al espacio en un sentido amplio, de manera que sea posible advertir que, si bien el espacio que habitamos está determinado por intencionalidades nuestras, de igual modo pasa que habitar es algo que tiene que ver también con la manera como el espacio influye en estas intenciones.

Se parte de la idea de que habitar supone diversidad de posibilidades, aquellas que si bien giran en torno a formas institucionalizadas de ser, también sucede que son posibles maneras diferentes de hacer esto. Es decir, el espacio que habitamos es susceptible de moldear o influir en nuestros comportamientos, de manera que sean posibles, como ya se ha mencionado, expresiones heterotópicas o no heterotópicas de nuestro actuar y habitar.

2. Habitar como una forma de configurar el espacio

Según Mario Yory (1998), “espaciar” es lo propio del ser del hombre. Esto significa que el espacio es aquello donde acontece y se constituye la vida humana, con toda su complejidad y riqueza. En este sentido, podríamos decir que somos el lugar que habitamos. Es por ello que lo político, lo moral, lo cultural, lo artístico, lo religioso y lo social, en su sentido amplio, no pueden pensarse correctamente sin su relación con lo espacial; una relación que no es accidental, sino que, por el contrario, es determinante y constitutiva de la vida humana. Esto puede ayudar, a su vez, en la comprensión de por qué lo político o lo cultural, por ejemplo, se muestra, o se realiza, de un modo particular en la manera como se materializa en el espacio. Ya lo advertía Soja (2014) al hablar de la justicia en términos espaciales, en el sentido de que “todo lo que es social es simultáneamente e inherentemente espacial, de la misma manera que todo lo espacial está simultánea e inherentemente socializado” (Boira, 2014. p. 10).

Ahora bien, hay que decir también que, al hablar de espacialidad, no podemos ignorar tampoco lo que, en relación con ella, representa el habitar, entendido este como un proceso dinámico, antes que fijo y sin movimiento. Es decir, si bien el habitar nos lleva a pensar en la idea de la permanencia y del estar, no por ello les son ajenos movimientos dinámicos que suponen desplazamientos, movilidades. Que el movimiento no sea ajeno al habitar genera posibilidades de ser que, sin duda, enriquecen nuestra vida. Esto es precisamente lo que permiten también las heterotopías, en el sentido de hacer más diversos y plurales, no necesariamente en un sentido negativo, los comportamientos de la gente. Es decir, las heterotopías o, mejor, los comportamientos heterotópicos, como manifestaciones de rasgos identitarios que dan cuenta de los modos como pueden irse moldeando esas maneras de ser.

Movernos, en la ciudad o en el campo, es igualmente una manera de habitar, como lo es, por ejemplo, ese ejercicio cotidiano que es el caminar. En este sentido, hombres como Thoreau, Fernando González7 o Robert Walser8, por ejemplo, fueron habitantes de sus territorios precisamente porque caminaron por ellos. Se trata del reconocimiento de que, a diferencia de lo que puede pensarse hoy día, los modos de vida urbanos no se agotan, por decir algo, en el uso de vehículos; aun si sigue habiendo un predominio de estos.9

Sin embargo, la movilidad del habitar no es un acto que se lleve a cabo necesariamente en la mera individualidad. Es, antes bien, la realización de una práctica que supone, de manera importante, también la presencia de los otros, quienes, a través de interacciones de distintos tipos y niveles, dan forma a complejos modos de vida en las ciudades, en los barrios, también en el campo. Se trata, una vez más, de concebir el habitar como algo distinto del mero ocupar.

A este respecto, Mario Yori (1998) hace la siguiente observación:

La actual pérdida de sentido y significado del habitar humano expresada, entre otras cosas, en la muy escasa reflexión al respecto, ha llevado a nuestra sociedad en el mundo moderno a confundir el hondo sentido del habitar, con el simple problema de “ocupar” un espacio y, consecuentemente, a confundir la “construcción del mundo” como “lugar” de habitación con la mera erección de formas, en la mayoría de los casos tan arbitrarias como vacías y carentes de significado. Herencia quizá del sofisma mecanicista tecno-industrial que, bajo parámetros positivistas, acabó por consolidar el proyecto moderno: conocer el mundo para dominarlo, olvidando fundamentalmente el problema de habitarlo… En este sentido, es pertinente recordar que el tema de la relación del hombre con el mundo es tan viejo como el hombre mismo, en la medida en que no se puede hablar de éste sin un horizonte que lo circunscriba, sin un entorno que le permita proyectar su diálogo con aquél. (p. 13)

Esto tendrá implicaciones en lo que Yory concibe como “sentimiento de arraigo”, un sentimiento mediante el cual el hombre no solo busca definirse, sino también comprenderse a sí mismo. Se trata de un sentimiento que, desafortunadamente, se halla en crisis fruto de un exceso en la velocidad en la que ha caído la vida del hombre contemporáneo, lo que lo ha llevado a ir olvidando la riqueza de sentirse arraigado, esto es, de permanecer en el espacio.

A propósito de esto último que se dice, puede advertirse que una de las implicaciones que tienen también las heterotopías es la de constituirse como tales precisamente por esa falta de pertenencia. Así, por ejemplo, y como lo expresa María García Alonso (2016), la permanencia en el espacio puede estar también determinada por la prestancia social, de manera que, al poder ingresar o hallarse en un espacio, por estas condiciones, este se convierte en una heterotopía para quien no posea dinero, o cierto prestigio social.

Por otra parte, y teniendo en cuenta que nuestros modos espaciales de ser no se agotan en los meros desplazamientos de un lugar a otro, sino que cumplen un papel importante en la constitución o conformación de dinámicas sociales y culturales, con implicaciones éticas, políticas, raciales, ambientales, estéticas, entre otras, diremos que el espacio, con sus dinámicas y movimientos propios, resulta ser un aspecto central de la vida humana, en el sentido de que esta no puede pensarse satisfactoriamente sin su relación con el espacio. Recordemos que, aunque normalmente hablamos de nosotros en términos temporales, esta temporalidad se debe poder espacializar si queremos lograr una imagen más compleja y rica de nosotros mismos. Entendiendo que “espacializar” no significa un mero hallarse en un lugar, sino ser afectado, determinado y moldeado por este. El espacio como aquello donde acontece nuestra vida, una vida que, dadas sus peculiaridades, se caracteriza por transiciones, movimientos, dinámicas de distinto tipo que, todas ellas, dan cuenta de lo que es vivir en una ciudad.

3. Los estudios urbanos

Dicho lo anterior, podemos pensar ahora cómo este tipo de reflexiones podrían pensarse en términos de los estudios urbanos; es decir, cómo lo dicho puede ser entendido como un aporte a estos. Se trata, en otras palabras, de dar cuenta del modo como pueden, interdisciplinariamente hablando, ser abordados los estudios sociales en torno al territorio, con elementos de análisis aportados por otras disciplinas, como, por ejemplo, la filosofía o la antropología.

En el caso de la filosofía, hay que decir que, por su naturaleza, las contribuciones que pueda hacer a los estudios urbanos son esencialmente teóricas. Esto no significa, sin embargo, que sus aportes no puedan tener posteriormente incidencia en aspectos prácticos. Esto podemos ilustrarlo, por ejemplo, acudiendo a lo acontecido en Manizales, una pequeña ciudad intermedia de Colombia. En el año 2008 fue aprobado en esta ciudad el Macroproyecto de Renovación Urbana de San José; una comuna histórica y tradicional que, debido a sus características sociales y culturales, ha sido entendida básicamente como un territorio hostil y cuyas dinámicas sociales hacen de ella una heterotopía, en el sentido como fue descrito este término en el presente ensayo. Esto motivó, en buena medida, y a lo largo de los años, la intervención estatal, en el sentido de limitar o reducir comportamientos y formas de vida sustantivas de sus habitantes. Sin embargo, fue la implementación y el desarrollo del proyecto lo que más ha afectado a lo población en esta parte de la ciudad.

El desplazamiento urbano, la destrucción (no renovación) de los entornos habitables, la agudización de conflictos sociales y la transformación radical de formas de vida motivaron desde que empezó el proyecto la participación activa de investigadores de distintos ámbitos de las ciencias sociales, entre los cuales cabe mencionar a antropólogos, sociológicos, trabajadores sociales, urbanistas, territorialistas y arquitectos. Los trabajos realizados dan cuenta de una mirada crítica respecto del modo como se ha ejecutado este proyecto, el más ambicioso en la historia de la ciudad y uno de los de mayor impacto en todo el país.

Un aspecto interesante de muchos de estos trabajos es el que tiene que ver con el reconocimiento y la necesidad de pensar los problemas del urbanismo y el territorialismo, planteados por este proyecto y otros, en términos de lo que son y significan la alteridad, el habitar, el barrio, e incluso el espacio, desde referentes distintos de los habituales, lo que ha dado paso a la posibilidad de la reflexión filosófica, como una manera de contribuir y enriquecer los significados y las formas complejas en que pueden ser entendidos y estudiados estos, en relación con los fenómenos y situaciones concretas a los que se dedican los investigadores. En este sentido, el trabajo interdisciplinar llevado a cabo a lo largo de todos estos años ha resaltado la necesidad de que San José sea un territorio cuya historia no se reduzca a lo que una administración política quiere ver en él, sino que se tengan en cuenta los sentidos y alcances de formas de vida que dan cuenta de los complejos modos de habitar y de las formas como, en relación con este, es resignificado el espacio vivido.

Fruto de una planificación instrumental, San José ha visto deterioradas y eliminadas formas complejas de ser, como la vida vecinal, lo que viene a representar una especie de fractura en el imaginario social de sus habitantes. Asimismo, la vida familiar también se ha visto afectada, en la medida en que todo lo posible de llevarse a cabo en una casa colonial, o de arquitectura tradicional, no puede hacerse en un pequeño y estrecho apartamento que no solo separa a unos vecinos de otros, sino que imposibilita otras dinámicas sociales. Es por ello que, frente a cosas como estas, se ha sugerido, por ejemplo, pensar la relación entre construir y habitar, de una manera en que estos no se vean como cosas diferentes, sino que estén relacionados de manera estrecha, lo que significa, entre otras cosas, que el habitar no sea entendido como un mero estar y el construir, como un mero hacer sin relación con el habitar. Lo que ha pasado en San José ilustra adecuadamente este problema, una vez que, si bien se le ha permitido a una parte de la comunidad seguir en sus lugares y espacios propios, la manera de hacerlo fue a través del despojamiento no solo de elementos materiales, sino también simbólicos.

Es por ello que, en los términos como se describe el problema en este ensayo, la reflexión filosófica se ha querido pensar como una manera de enriquecer las reflexiones y discusiones en torno al hombre y su habitar, discusiones mismas que podemos pensar también en relación con lo que significan e implican los estudios urbanos, en el marco de una reflexión social sobre esos modos de vida que nos caracterizan hoy día a nosotros.

Notas

  1. A propósito del poder, Vigilar y castigar es la principal obra en la que Foucault lleva a cabo un exhaustivo análisis sobre este fenómeno. Allí desarrolla una teoría del poder que no solo admite su lado negativo, en el sentido de aplicarse sobre algo ya constituido, sino también, su lado positivo, esto es, aplicarse a los hombres, pero también constituirlos. Según Francisco Ávila-Fuenmayor (2006), “para Foucault el poder no es algo que posee la clase dominante; postula que no es una propiedad, sino que es una estrategia. Es decir, el poder no se posee, se ejerce. En tal sentido, sus efectos no son atribuibles a una apropiación sino a ciertos dispositivos que le permiten funcionar plenamente. Pero además, postula que el Estado no es de ninguna manera el lugar privilegiado del poder, sino que es un efecto de conjunto, por lo que hay que estudiar lo que él llama sus hogares moleculares” (p. 225).
  2. Esos espacios donde las relaciones y los comportamientos humanos se llevan a cabo dentro de lógicas establecidas, ya sea por una sociedad, el Estado u otro tipo de institución, cultural, social o política.
  3. Foucault (1994) distingue tres tipos de emplazamientos, a saber: el emplazamiento moderno, que se corresponde con los espacios interiores; el emplazamiento externo, que tiene que ver con espacios exteriores, y el emplazamiento virtual, que obedece a un espacio lógico-formal. Una abadía, por ejemplo, es un espacio interior; una plaza, uno exterior; una red social sería, en este sentido, un emplazamiento virtual.
  4. Aunque puede pensarse que hay alguna relación entre las heterotopías y los no lugares de los que habla Augé, lo cierto es que ambos se diferencian entre sí. Es decir, un aeropuerto o una avenida no son, necesariamente, lugares heterotópicos, aunque, no obstante, pueden devenir en ellos. Por ejemplo, como escenario de manifestación o de protesta, esa avenida, en la que nadie permanece, sino que solo transita, adquiere rasgos propiamente heterotópicos.
  5. La transitoriedad, en este sentido, como aquella que le da a las heterotopías su indeterminación.
  6. Sitios de mercado y de actividades comerciales.
  7. Sin duda, Viaje a pie sigue siendo el referente más importante de este escritor colombiano en relación con lo que significa y representa conocer un territorio (el occidente colombiano) a través del caminar.
  8. En El paseo, Robert Walser (2016) escribe, por ejemplo: “Pasear (…) me es imprescindible, para animarme y para mantener el contacto con el mundo vivo, sin cuyas sensaciones no podría escribir media letra más ni reproducir el más leve poema en verso o prosa. Sin pasear estaría muerto, y mi profesión, a la que amo apasionadamente, estaría aniquilada. Sin pasear y recibir informes no podría tampoco rendir informe alguno ni redactar el más mínimo artículo (…) Sin pasear no podría hacer observaciones ni estudios. (…) Para mí pasear no solo es sano y bello, sino también conveniente y útil” (p. 58).
  9. Entre la amplia y rica bibliografía que hay sobre el caminar, hay dos libros en especial que pueden resultar de interés sobre esta práctica, a saber: Caminar. Las ventajas de descubrir el mundo a pie, de Erling Kagge, y Caminando. Prácticas, corporalidades y afectos en la ciudad, editado por Martín Tironi y Gerardo Mora.

Referencias bibliográficas

Alonso, M. G. (2016). Heterotopías del territorio. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=htw2r4QF8kQ&t=1s (4 de septiembre, 2020).
Ávila-Fuenmayor, F. (2006). El concepto de poder en Michel Foucault. Telos, 8(2), 215-234. https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=99318557005
Boira, J. V. (2014). Prólogo. En Soja, Edward W., En busca de la justicia espacial (pp. 9-18). Tirant Humanidades.
Foucault, M. (1994). Las heterotopías. Ediciones Nueva Visión.
Foucault, M. (1998). Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas. Siglo Veintiuno Editores.
Soja, E. W. (2014). En busca de la justicia espacial. Tirant Humanidades.
Stavrides, S. (2016). Hacia la ciudad de umbrales. Akal.
Toro Zambrano, M. C. (2017). El concepto de heterotopía en Michel Foucault. Cuestiones de filosofía. No. 21. Vol. 3, 19-41. Tunja, Colombia.
Tuan, Y-F. (2007). Topofilia. Un estudio de las percepciones, actitudes y valores sobre el entorno. Melusina.
Walser, R. (2016). El paseo. Siruela.
Yory, C. M. (1998). Topofilia o la dimensión poética del habitar. Pontificia Universidad Javeriana.

Cuaderno Urbano es una publicación científica con arbitraje internacional dirigida a la difusión de artículos y ensayos que se ocupan de la cuestión urbana —en el sentido más amplio del término— desde las disciplinas científicas, combinando trabajos empíricos, teóricos y ensayísticos que den cuenta de problemáticas locales, regionales y universales. La intención de la publicación es favorecer y promover la generación de ensayos y artículos de jóvenes investigadores con las reglas de arbitraje científico, colaborando en la producción editorial de sus ideas, como también divulgar el aporte de científicos ya consagrados en su especialidad disciplinar.

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Cuaderno Urbano 33

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