Cuaderno Urbano Nº33 | Año: 2022 | Vol. 33
ARTÍCULO
Inseguridad ciudadana y delitos de mayor connotación social: formas y extensiones del temor a la delincuencia en Chile
Citizen insecurity and crimes of greater social connotation: forms and extensions of fear of crime in Chile
Insegurança cidadã e crimes de maior conotação social: formas e extensões do medo do crime no Chile
Geraldo Padilla Fuentes
Trabajador Social, licenciado en Trabajo Social. Investigador adscrito al Centro de Investigación CIDCIE, Universidad del Bío-Bío, Chillán, Chile.
Research ID: R-4230-2019
gpadilla@ubiobio.cl
ORCID: https://orcid.org/0000-0003-0882-1818
Carlos Rodríguez Garcés
Doctor por la Universidad de Barcelona, docente en la Universidad del Bío-Bío, director del Centro de Investigación CIDCIE, Chillán, Chile.
Research ID: T-6352-2017
carlosro@ubiobio.cl
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-9346-0780
Denisse Espinosa Valenzuela
Profesora de Educación Media en Castellano y Comunicación. Investigadora adscrita al Centro de Investigación CIDCIE, Universidad del Bío-Bío, Chillán, Chile.
daespinosa@ubiobio.cl
ORCID: https://orcid.org/0000-0003-1486-7046
Resumen
Este artículo explora y analiza la inseguridad ciudadana frente a la delincuencia en Chile, especialmente la vinculada con los llamados delitos de mayor connotación social (DMCS). El diseño metodológico fue de corriente cuantitativa y de tipo analítico-transeccional, utilizando técnicas descriptivas e inferenciales con datos de la Encuesta Nacional Urbana de Seguridad Ciudadana (ENUSC) del año 2019. Los principales hallazgos fueron que los DMCS tienen una marcada preponderancia en el temor ciudadano a la delincuencia; segundo, que en el interior de esta tipología las personas se ven muy expuestas a los DMCS contra la persona, especialmente los robos con violencia y por sorpresa y, tercero, que la inseguridad es un fenómeno transversal entre grupos de comparación. Las conclusiones destacan el carácter polimorfo de la inseguridad, un sentimiento que puede ser afectado por diversas fuentes y tiene sus propias dinámicas.
Palabras clave
Delincuencia; medios de comunicación; ciudadanía; administración de justicia.
Abstract
This article explores and analyzes citizen insecurity in the face of crime in Chile, especially that known as “crimes of greater social connotation”. The methodological design was quantitative and analytical-transectional, using descriptive and inferential techniques with data from the National Urban Survey of Citizen Security made in 2019. The main findings were that crimes of greater social connotation have a marked preponderance in citizen fear of crime; second, that within this typology people are highly exposed to crimes of greater social connotation against the person, especially robberies with violence and by surprise; and third, that insecurity is a cross-sectional phenomenon between comparison groups. The conclusions highlight the polymorphous nature of insecurity, a feeling that can be affected by various sources and has its own dynamics.
Keywords
Delinquency; mass media; citizens; criminal justice administration.
Resumo
Este artigo explora e analisa a insegurança cidadã diante da criminalidade no Chile, especialmente aquela ligada aos chamados “crimes de maior conotação social”. O projeto metodológico foi quantitativo e analítico-transversal, utilizando técnicas descritivas e inferenciais com dados da Pesquisa Nacional Urbana de Segurança Cidadã do ano 2019. As principais descobertas foram que os crimes de maior conotação social têm uma preponderância marcante no medo do crime por parte dos cidadãos; segundo, que dentro desta tipologia as pessoas estão altamente expostas aos crimes de maior conotação social contra a pessoa, especialmente roubo com violência e de surpresa; e terceiro, que a insegurança é um fenômeno transversal entre os grupos de comparação. As descobertas destacam a natureza polimórfica da insegurança, um sentimento que pode ser afetado por várias fontes e tem sua própria dinâmica.
Palavras-chave
Delinquência; mídia de massa; cidadania; administração da justiça.
DOI: https://doi.org/10.30972/crn.33336231
Introducción
En las últimas décadas, el monitoreo y medición de la seguridad ciudadana se ha transformado en tarea común para distintos sectores de la sociedad. En especial luego de algunos episodios que conmocionaron a la opinión internacional, como el atentado al World Trade Center en Nueva York en 2001 o el ataque terrorista en el metro de Madrid (España) en 2004, el concepto y las prácticas de seguridad se multiplicaron en los distintos ámbitos de la vida social, y se convirtieron para los Estados en un área fundamental de intervención a través de políticas públicas, proyectos de ley y reformas constitucionales (Garland, 2005). La preocupación por el orden público se intensificó, posicionando la integridad física, económica y moral de las personas como requisito fundamental para el ejercicio de la libertad y los derechos civiles (Escobar et al., 2004).
Al alero de estos análisis estructurales sobre seguridad, que usualmente abordan los impactos que la gestión de los gobiernos ha tenido sobre el control de amenazas externas (conflictos bélicos o migración) e internas (subversión o paramilitarización) para la seguridad nacional (Thayer, 2016; Badrán & Niño, 2020), han proliferado trabajos tanto teóricos como de investigación que se enfocan en el análisis de la inseguridad como un problema social de relevancia y en aumento, en especial, aquella vinculada con la exposición percibida por la ciudadanía a ser víctimas de la delincuencia (Lagos & Dammert, 2012; Araya, 2017; Ore, 2017).
Varios autores/as han constatado que la inseguridad ciudadana es un fenómeno creciente en las sociedades contemporáneas, estrechamente vinculado con el malestar social y el sentimiento de vulnerabilidad que la opinión pública internacional manifestó en reiteradas ocasiones y por distintos medios (Pillhuamán et al., 2010; Ruiz, 2018; Lázaro, 2019). A diferencia de hasta hace algunas décadas atrás, el principal motivo del temor y la incertidumbre ciudadana no proviene ahora del exterior. Como exponía Baudrillard (2006), la inseguridad de las personas actualmente parece haber abandonado la metáfora del lobo frente al cual se edifican muros para dar paso a la idea del enemigo invisible que se encuentra en todas partes. En concreto, a la figura del extranjero se ha superpuesto la del delincuente como principal enemigo público, con lo cual el refuerzo de las fronteras pasa a segundo plano y la vigilancia policial, mediática y ciudadana de los espacios públicos se vuelve prioridad (Wacquant, 2010; Bauman & Lyon, 2013). Con este giro introspectivo, la inseguridad ciudadana se concibe como un evento ubicuo que crece a medida que lo hacen las ciudades y su población, lo cual incrementa la complejidad de las relaciones sociales, económicas, laborales y territoriales que se desarrollan en su interior (Fonseca & Sandoval, 2006; Rodríguez & Quinde, 2016).
De los múltiples factores asociados al estudio de este fenómeno, el temor a la delincuencia, el sentimiento de vulnerabilidad frente a la victimización y el padecimiento de algún tipo de violencia son eventos recurrentes en los estudios al respecto (PNUD, 2010; Mujica & Zevallos, 2016). Adicionalmente, se añaden los reportes y publicaciones oficiales sobre el estado de la delincuencia y sus derivados, a cargo de las instituciones de seguridad, monitoreo y control social, que además cooperan con organismos públicos y/o ciudadanos que sirven de puente entre distintos sectores. La inseguridad ciudadana, principalmente la delincuencia y los delincuentes, se han convertido en las últimas décadas en una preocupación permanente para las autoridades, las instituciones y la ciudadanía; es un punto de tensión en las relaciones ciudadanía-gobierno, cuyas causas, aunque aparentemente claras, se volvieron difíciles de atender y solucionar (Garland, 2005; Moreno, 2015; Condori & Gustavo, 2016; Paez et al., 2018; Quinteros et al., 2019).
Para el caso chileno, la seguridad pública es y ha sido una preocupación histórica, contando con diversos organismos que se encargan de velar por la integridad de las personas y protegerlas frente a la vulneración de derechos (Constitución Política de la República de Chile, 2005). Tras el fin del período de dictadura y retorno a la democracia, la inseguridad ciudadana se convirtió en un problema recurrente en la agenda pública, presionando a los distintos gobiernos a emprender acciones que reduzcan el sentimiento de temor y/o incertidumbre (Lagos, 2016; Castro, 2020).
Los estudios de inseguridad ciudadana en Chile se caracterizan por la adopción de una perspectiva multidimensional en sus análisis, explorando las relaciones e influencia de distintas variables sobre esta problemática. A grandes rasgos se pueden establecer tres tipos de estudios: aquellos que se encargan de estimar y reportar los niveles de victimización en la ciudadanía (dimensión objetiva); los que exponen y describen la percepción y sentimiento de inseguridad ciudadana (dimensión subjetiva) y aquellos que comparan estas dimensiones objetiva (cifras) y subjetiva (percepción) en búsqueda de respuestas más integrales (PNUD, 1998, 2012; Cadena & Letelier, 2018).
Aunque con matices, estos estudios han sido útiles para planificar y poner en marcha soluciones que pongan freno a la inseguridad y al sentimiento de que los delincuentes campan a sus anchas en las calles (Wurgaft, 2010; PNUD, 2017). Sin embargo y contrariamente a lo esperado, el miedo a convertirse en víctima de algún delito se ha impregnado en el imaginario colectivo y las representaciones sobre la vida social, yendo incluso en aumento cuando los niveles de victimización se mantienen o disminuyen levemente (Dammert, 2014; González et al., 2017; PNUD, 2017; AMUCH, 2018).
En este sentido, revisando cifras y barómetros de opinión colectiva, los últimos años estuvieron fuertemente vinculados con los llamados Delitos de Mayor Connotación Social (DMCS), conjunto de ilícitos que, por un lado, constituyen la mayor causa de ingresos y sanciones en tribunales de justicia y, por otro, concitan gran interés ciudadano, mediático y legislativo (Fundación Paz Ciudadana, 2015, Carabineros de Chile, 2017). Los DMCS son la tipificación más común de delitos en el país, caracterizados por la violencia y agresión de los delincuentes; entre ellos se encuentra el robo con violencia e intimidación, las lesiones y el robo en lugar habitado o del vehículo. Afectan al mismo tiempo la integridad y propiedad de las personas, añaden a la pérdida de bienes el riesgo de sufrir daños, especialmente cuando los delincuentes actúan en grupo (Carabineros de Chile, 2020). Esta tipología de delitos es fuente de interés inagotable y es la causa de iniciativas de ley, proyectos de intervención barrial, programas de televisión y manifestaciones sociales (AMUCH, 2018).
En algún momento, y por medios que otros trabajos profundizaron (Carrión, 2008; Lagos & Dammert, 2012; Jasso, 2014), las discusiones sobre delincuencia se convirtieron en preocupación por los DMCS, y se dejó de lado una serie de ilícitos que, si bien alcanzan menores recurrencias, igualmente representan riesgo para las personas, como las estafas económicas, la suplantación de identidad o el robo de datos virtuales. La fijación mediática e institucional en los DMCS ha sido una respuesta al temor de las personas; no obstante, este sentimiento se nutre y expande sobre la base de la exposición continua de este tipo de victimizaciones en programas de televisión, radio y redes sociales (Rodríguez, 2005).
La inseguridad de la ciudadanía guarda con los medios, las instituciones e incluso con la academia una relación simbiótica compleja, en la cual, al tiempo que reporta sentirse vulnerable a la delincuencia, recibe continuamente alertas sobre comisión de delitos, ineficacia de los mecanismos de control para evitar estos hechos y nuevos resultados de investigación que reafirman la idea de que la exposición percibida es compartida por el resto (Rodríguez et al., 2017; CEAD, 2017, 2020). Con todo, la predominancia de los DMCS en la agenda pública ha traído una serie de consecuencias sobre la forma en que se comprende el espacio público, las relaciones entre pobreza, marginación y delincuencia, la figura del delincuente y sus atributos, los medios para asegurar la integridad personal y del hogar, la confianza en las instituciones encargadas del control social y la conformidad con el funcionamiento del aparato judicial (Wacquant, 2010). Como impulsos nerviosos, el sentimiento de inseguridad en la ciudadanía va de un cabo a otro en la red de relaciones, y radicaliza las prácticas de diferenciación y rechazo hacia los otros (Gómez, 2012; Tapia, 2013; Soto, 2018).
En tal panorama, este artículo explora y analiza las formas que adquiere la inseguridad frente a la delincuencia en Chile, utilizando los datos de la decimosexta (XVI) Encuesta Nacional Urbana de Seguridad Ciudadana (ENUSC) del año 2019, en especial, los ítems de la sección que mide Inseguridad y reacción frente al delito. En lo específico, se configuran las prevalencias de exposición percibida frente a las distintas tipologías que adquiere el temor a la delincuencia, con énfasis en los delitos de mayor connotación social (DMCS), tanto contra las personas como contra la propiedad.
Metodología
Diseño
Este artículo describe y analiza la inseguridad ciudadana en Chile, sobre la base de los datos recogidos por la décimo sexta versión de la Encuesta Nacional Urbana de Seguridad Ciudadana (ENUSC). El supuesto de investigación es que el fenómeno de exposición percibida frente a la delincuencia es multidimensional y se acentúa en determinados eventos que mezclan riesgos a la persona y a la propiedad. No todos los delitos son iguales ni concitan el mismo interés público, principio que facilita su abordaje y priorización. El enfoque metodológico es de corriente cuantitativa y utiliza técnicas descriptivas e inferenciales bajo un diseño transversal de análisis de datos. En lo específico, a través de magnitudes e índices se proyecta el juicio, la percepción y las expectativas de la ciudadanía en torno a su percepción de ser víctimas de algún delito.
Instrumento
Este artículo utiliza los datos de la decimosexta (XVI) versión de la Encuesta Nacional Urbana de Seguridad Ciudadana (ENUSC) del año 2019, cuyo objetivo principal es captar la percepción de inseguridad, la reacción frente al delito y la victimización entre personas y hogares de zonas urbanas, con una selección muestral que permite la representación nacional (INE, 2020). Desde su primera versión (2003), la ENUSC ha sido encargada por el Ministerio del Interior y Seguridad Pública al Instituto Nacional de Estadística (INE), y aportó resultados útiles para la toma de decisiones, diagnóstico y comprensión de la victimización e inseguridad que viven y perciben las personas.
La ENUSC XVI está compuesta por dos bloques: Registro de Personas en el Hogar (RPH) y Cuestionario Central. El segundo bloque lo contesta solamente el informante Kish, esto es, un/a integrante del hogar mayor de catorce años seleccionado aleatoriamente, quien responde tres módulos: 1) inseguridad y reacción frente al delito, 2) victimización y 3) evaluación, desempeño de instituciones y datos de contexto. La ENUSC tiene un diseño muestral probabilístico, trietápico y estratificado (comunas > manzanas > hogares) que culmina en entrevistas cara a cara. En cuanto a indicadores de desempeño operativo, la tasa de contacto de esta versión llegó al 81,7 %; la de rechazo, a un 6,2 %; la de cooperación, al 91,3 % y la de respuesta, a un 74,6 %.
Por último, la encuesta tiene dos unidades de agregación para analizar: hogares y personas. Hechos como la victimización se miden tanto para quien contesta como en relación con su grupo familiar, mientras que la inseguridad es consultada solo al informante Kish. En este trabajo se utilizaron principalmente las variables del módulo 1, recogidas por persona, lo cual facilita la interpretación de los resultados y análisis comparativos según atributos como el género o edad de los participantes.
Muestra
La ENUSC XVI abarcó un total de 24.465 hogares urbanos a lo largo del país, contando cada uno con su informante Kish. Demográficamente, la muestra original de estudios presenta altos niveles de participación femenina (56,1 %), mientras que la distribución por edad es relativamente homogénea entre grupos (tabla 1). Otras características de la muestra son su posición de jefes/as de hogar (53,4 %), situación de trabajo remunerado (57,0 %) y adecuados niveles educativos, donde solo un 19,8 % declara menos de ocho años de escolaridad.
Tabla 1. Caracterización de la muestra original de estudios
Jefe/a de hogar | 53,4 |
Mujeres | 56,1 |
Empleado/a con remuneración | 57,0 |
Pertenece a algún grupo étnico | 10,8 |
Edad
|
14,2 25,4 32,4 27,9 |
Años de escolaridad
|
19,8 46,7 33,5 |
Elaboración propia con datos ENUSC (2019)
Procedimiento
Luego de revisar las inconsistencias lógicas y sesgos de no respuesta, el análisis se centró en perfilar la inseguridad y exposición percibida, con la batería de ítems contenidos en el módulo 1 sobre inseguridad y reacción frente al delito. El abordaje del temor a ser víctima, acotado a los próximos doce meses, fue explorado en torno a las siguientes categorías operacionales:
– Delitos de mayor connotación social: ilícitos que mezclan alto nivel de denuncia y preocupación social, subdivididos entre DMCS contra la persona (robo con violencia e intimidación, robo por sorpresa, hurto y lesiones) y contra la propiedad (robo con fuerza en la vivienda, robos o hurto de vehículos y robos o hurtos desde vehículo).
– Delitos de connotación económica: hechos que vulneran la seguridad económica de las personas; incluyen el pago con cheques sin fondos, la clonación de tarjetas bancarias, las llamadas que engañan para conseguir dinero y otros tipos de estafa.
– Amenazas: intimidación realizada por conocidos o extraños sobre agresión o represalias.
– Vandalismo: acciones contra la integridad de la propiedad. Incluye el rayado o daños a la vivienda y/o al vehículo.
– Actividades cibernéticas: conjunto de ilícitos cometidos en plataformas digitales, como la suplantación de identidad en redes sociales o de cuenta bancaria, acoso, estafa, amenazas o destrucción remota de información.
En razón de la preponderancia que alcanzan los DMCS para la ciudadanía, gran parte de los resultados y discusión se dedican a profundizar en el temor respecto de estos eventos, presentando datos generales y algunos atributos de comparación, los cuales ayudan a responder la pregunta sobre dónde y entre quiénes se acentúa la inseguridad. Para robustecer los análisis descriptivos, se calculan pruebas estadísticas de contraste cuya significación acompaña las cifras en cada tabla.
Resultados y discusión
Los problemas de inseguridad ciudadana y victimización en Chile demandan atención política y mediática diariamente. En un esfuerzo por aportar argumentos a la respuesta sobre a qué y en razón de qué teme la ciudadanía a la delincuencia, los siguientes párrafos analizan distintos aspectos de la exposición percibida frente al delito.
Inseguridad ciudadana: ¿a qué temen los chilenos/as?
Para comenzar, tal y como se observa en la tabla 2, alrededor de dos de cada cinco personas (un 38,8 %) encuestadas por la ENUSC cree que será víctima de algún delito durante los próximos doce meses; sentimiento de inseguridad que se acentúa entre quienes declaran Educación Superior [41,9 %; χ2(1, N=22.255) = 44.993, p<,01] y que sufre atenuaciones conforme se traspasa el umbral de los sesenta años [31,4 %; χ2(1, N = 22.297) = 188.662, p<,01]. Cabe mencionar que estos criterios de comparación fueron establecidos según la disponibilidad de variables en la ENUSC y por su uso común en estudios similares (Hernández-Baqueiro & Suárez-González, 2015; Fuentealba et al., 2016).
De las cinco tipologías de delito incluidas en la ENUSC, los DMCS destacan con fuerza en el imaginario social sobre victimización; tanto así que el 97,5 % de las personas que presuponen que serán víctimas de algún delito (38,8 %) señalan sentirse expuestos a estos eventos. La cifra es alarmante y coincide con una preocupación transversal en los distintos grupos sociales a sufrir robos, hurtos o lesiones en la vía pública (Blanco, 2010). La ENUSC aporta evidencias a esta ubicuidad del temor a los DMCS, toda vez que no hay diferencias sustantivas entre la magnitud de la tendencia general y los perfiles de comparación; de este modo, no sería aventurado establecer entre DMCS e inseguridad ciudadana una relación de metonimia que es parte integral del abordaje mediático e institucional de la delincuencia, mostrada típicamente bajo las formas del robo, el asalto y los hurtos en la calle, estaciones de metro y barrios.
Tabla 2. Exposición percibida frente a delitos según atributo (%)
General |
Mujera |
Persona |
Educación |
|
Sí, seré víctima de algún delito (N= 22.297) |
38,8 |
38,3* |
31,4** |
41,9** |
Referido a (n= 8.654):
|
97,5 |
97,4 |
97,3 |
97,0* |
Nota: a= los contrastes corresponden al test de chi cuadrado, con significación al 5 % (*) y 1 % (**).
Elaboración propia con datos de la ENUSC (2019)
En cuanto al resto de delitos, constituyen rarezas dentro de la inseguridad ciudadana. Las personas temen ser víctimas y se saben expuestas; no obstante, en este pensamiento hay poco espacio para perjuicios por amenazas (3,4 %) o connotación económica (3,1 %), menos aún para delitos cibernéticos (2,4%); no se observan diferencias estadísticamente significativas según sexo o rango etario (p >,05 en la mayoría de los contrastes). Cuando controlamos por nivel educativo, hallamos que la exposición percibida se incrementa entre quienes alcanzaron educación superior, con diferencias significativas respecto de personas de menor capital educativo (p<,01); sin embargo, estas cifras (<=5,2%) continúan siendo marginales respecto de la preponderancia de los DMCS.
Este abrupto descenso en los datos, más allá de las variaciones en la recurrencia estadística, podría vincularse con al menos tres sentidos de la afirmación “no todos los delitos son iguales”, a saber: la forma en que sucede cada uno, la preocupación que concitan y las características atribuidas a quien los perpetra. Por la forma en que ocurren, los DMCS implican encontrarse con ese otro amenazante que se condensa como delincuente, distinto del vandalismo y amenazas, más aún, de los delitos de connotación económica y cibernéticos. En estos úlitmos no existe riesgo directo de encontrarse con el victimario y sentirse en peligro físico, pues comúnmente son realizados tras un computador o llamada telefónica; además, es común la percepción de que son hechos bajo el control de la víctima y sus acciones preventivas, mucho más fáciles de sortear que un robo con violencia. Otra distinción de forma está en los espacios donde ocurren los delitos: el robo y hurto suceden en lugares públicos y abiertos a la expectación, mientras que las estafas bancarias y engaños en redes sociales están ocultos a la vista ciudadana, lo que relativiza la sensación de peligro.
En otro sentido, la inseguridad ciudadana puede estar distinguiendo entre delitos por el tratamiento, importancia e impacto que los medios de comunicación y las instituciones otorgan a cada uno de ellos. El público no se estremece del mismo modo ante la noticia de que se han filtrado sus datos de tarjetas de crédito, perfiles de consumo o conversaciones en redes sociales, como al ver en los noticieros que un adolescente apuñaló a otro para robarle su bicicleta. La percepción de los DMCS concita el interés común de la ciudadanía, las policías, los tribunales y el Estado mismo bajo su división tripartita de poderes, los que de consuno pretenden restringir estos eventos, ya sea con más personal de seguridad en la vía pública, reformas a los códigos penales o iniciativas de ley (Wacquant, 2010). A esto debemos sumar la función magnificadora de la televisión, los periódicos y las redes sociales en torno a la victimización, ya que actúan transformando a víctimas y victimarios en parte constituyente de la realidad, informando profusamente qué y a quiénes pasó, al tiempo que despojan los hechos de su singularidad para nutrir la percepción de una delincuencia ubicua y la subjetivación del “mañana puedo ser yo”.
El tercer matiz del temor general podría vincularse con el tipo de representaciones que circundan a la figura del delincuente según el delito. Por ejemplo, cuando se descubre algún ilícito de colusión, tráfico de influencias o malversación de fondos públicos, aun cuando lo que hay allí es un delito, los perpetradores no tienen el mismo trato que quienes roban en la calle o hurtan en el metro. Cuando alguien es víctima de suplantación de identidad en redes sociales o de una estafa, el temor público no se activa de la misma forma que cuando un hombre apunta con pistola al vendedor de un negocio de barrio para llevarse el dinero del día. En los primeros suele haber personas maliciosas, aprovechadores o “hackers”; en los segundos emerge más claramente la figura del delincuente, ese que aparece en televisión perseguido por la policía y es de extenso prontuario.
Siendo la forma en que se llevan a cabo los ilícitos, el peligro que acarrean para las personas, la relación que se establece con los delincuentes y la influencia de la mediatización factores de relevancia, el análisis de la inseguridad ciudadana, en particular el de la exposición percibida frente a los DMCS, requiere una profundización desagregando estos eventos en dos subtipologías: DMCS contra la persona y DMCS contra la propiedad.
Delitos contra las personas: ¿qué forma(s) tiene el miedo a los DMCS?
Entre quienes temen sufrir algún delito (38,8 %), encontramos que el 80,3% piensa que lo será a causa de un ilícito que pondrá en riesgo su integridad personal (gráfico 1). Al desagregar esta subdimensión, los/as encuestados/as por la ENUSC reportan elevados niveles de inseguridad frente al robo con violencia e intimidación (55,3 %) y el robo por sorpresa (46,3 %), seguidos por el hurto (15,5 %) y las lesiones (6,1 %). Prevalencias que mantienen igual correspondencia en el momento de analizar por perfiles (mujeres, personas mayores y con educación superior), donde se registran diferencias significativas en la gran mayoría de contrastes.
Para el caso de la inseguridad femenina respecto de la masculina, se observan diferencias estadísticamente significativas en todos los contrastes (p valores < ,05), con excepción de la subtipología de lesiones. Mientras un 40,7 % de los hombres cree que sufrirá un robo por sorpresa durante el próximo año, entre mujeres este sentimiento escala hasta un 50,8 % [χ2(1, N=8.654) =88,552, p<,01]; para el caso del robo con violencia e intimidación, episodio de alto impacto para el bienestar de las personas, las posiciones se invierten de tal modo que los hombres declaran mayor exposición que las mujeres [58,5 % vs 52,8 %, respectivamente; χ2(1, N=8.654) =28.023, p<,01].
Gráfico 1. Exposición percibida frente a DMCS contra las personas (N= 8.654; %)
Nota: el eje Y izquierdo está alineado con los porcentajes de inseguridad ciudadana frente a los DMCS contra la persona según perfiles (barras); el eje Y derecho está alineado con la percepción general de inseguridad ciudadana frente a delitos a personas (línea punteada). Elaboración propia con datos ENUSC (2019)
Estas distinciones en el temor ciudadano según el género pueden estar operando sobre la base de los atributos y condiciones en que suelen ocurrir determinados delitos. El robo por sorpresa se caracteriza por sustraer con rapidez y sigilo pertenencias que se portan o cargan en un bolso o mochila sin intermediar resistencia, delito al que pueden percibirse más expuestas las mujeres, en razón de que suelen portar con mayor tendencia objetos de valor en lugares donde los ladrones pueden acceder fácilmente. Los conocidos “lanzazos” en Chile se caracterizan por la rápida sustracción de joyería, bolsos pequeños o teléfonos móviles en calles céntricas para luego desaparecer entre la multitud, cuyos objetivos más comunes son mujeres, quienes usualmente llevan sus pertenencias reunidas en una cartera de mano o en el cuerpo, a diferencia de los hombres, que suelen portar sus objetos de valor en los bolsillos, lugar más difícil de acceder sin ser detectado (Sepúlveda, 2021).
Por su parte, la mayor sensación de inseguridad entre los hombres respecto de ser víctimas de un robo con violencia e intimidación puede estar vinculado con la expectativa de que si los asaltan será con uso de agresiones, ya sea por el tipo de objeto que buscan robar o por su mayor predisposición a oponer resistencia. Tal vez, y pese a su antigüedad, pueda mantenerse una de las hipótesis de Goldstein (2003) sobre el porqué de la mayor respuesta masculina frente al robo con violencia, la cual tiene que ver con el valor percibido de los bienes en riesgo, especialmente dinero, y el tipo de resistencia que se puede ejercer: mientras las mujeres adoptarían posturas más pasivas, los hombres tratarían de enfrentar activamente al asaltante. Esto, sin embargo, depende también del tipo de armas utilizadas, las personas involucradas y otros factores que, sorprendentemente, no se han actualizado en la literatura.
Respecto de la inseguridad entre personas mayores, se observan altos niveles de exposición percibida a robos con violencia y por sorpresa (51,5 % y 43,3 %, respectivamente), ligeramente por debajo de la situación general y de lo reportado según género y nivel educativo, aun cuando este grupo poblacional presenta ciertas características que los alejaría de los DMCS. Debido a que un evento común que acompaña al envejecimiento en Chile es el arraigo al hogar y la reducción de actividades sociales nocturnas (Lopez, 2014), las personas mayores pasarían menos tiempo en las calles, con lo cual se reduciría la probabilidad de ser víctimas de algún DMCS. Además, en razón de sus dificultades de movilización, orientación o fuerza, se incrementa la dependencia de los otros, por lo que en el momento de salir de casa usualmente lo hacen acompañados por alguien de confianza; junto con el incremento de su sentimiento de seguridad, esto podría reducir su riesgo a ser víctimas.
No obstante, la ENUSC da cuenta de una transversalización en el temor al delito, según la cual no hay privilegios o prerrogativas frente a la posibilidad de ser víctima. Esta democratización del sentimiento de inseguridad se puede constatar tanto en los datos sobre quiénes han sufrido victimizaciones por DMCS los últimos años (INE, 2020) como por la producción mediática acerca del crecimiento de la vulnerabilidad general frente al delito que exponen los medios de comunicación (Klein, 2010). Ante esto, es de esperar que el sentimiento de inseguridad entre personas mayores se mantenga o crezca, lo cual puede llevarlos a prolongar su aislamiento y resignarse a estar en casa para sentirse protegidos.
Si bien los medios de comunicación capturan el interés de la población y permean su sentimiento de inseguridad (Vattimo, 1990), no es menos cierto que existe un incremento en las condiciones objetivas que facilitan la comisión de DMCS contra las personas. Por ejemplo, la adicción poblacional al uso de dispositivos tecnológicos mientras se camina por las calles o viaja en el transporte público facilita el robo por sorpresa o el hurto. En el mismo sentido, la forma en que se distribuyen los espacios residenciales, de recreación y comercio en las ciudades, junto con su acelerado crecimiento territorial, ha afectado las posibilidades de ser víctima de algún delito, lo que da lugar a la organización de bandas criminales en los suburbios y a los robos en algún callejón o lugar poco iluminado.
Delitos contra la propiedad: ¿dónde atacan los DMCS?
Otra forma en que los DMCS atentan contra la seguridad de las personas es a través de la vulneración de su propiedad o espacio privado, especialmente cuando se trata del automóvil o el hogar. A este respecto, tal y como informa el gráfico 2, la ciudadanía expresa altos niveles de exposición frente a estos hechos (38,0 %). Por la forma en que consulta ENUSC, esto significa que alrededor de cuatro de cada diez personas se ven a sí mismas sufriendo algún robo con fuerza en su propia casa, siendo asaltados en busca de su vehículo o en el interior de este, durante los próximos doce meses. De inmediato se puede apreciar que, pese a que el temor a estos DMCS está por debajo de lo reportado para delitos contra la persona, proyectan lo extendida que está la vulnerabilidad percibida frente a la delincuencia.
Contrariamente a los DMCS discutidos con anterioridad, que suelen ocurrir en calles, estaciones de metro o plazas, los DMCS contra la propiedad vulneran aquellas extensiones mismas de la persona, esos espacios de intimidad necesarios para descansar del ajetreo de la ciudad, el trabajo y los otros. Primero, el hogar, ese espacio que no es tan solo refugio o protección; es un lugar donde se mezclan aspectos culturales y subjetivos, una extensión de la identidad donde se retrata el “yo” en cada subdivisión (Cruz Petit, 2015). Segundo, el vehículo, prolongación del confort del espacio privado y medio cada vez más indispensable para la vida social. Ambas propiedades, aun cuando están sujetas a un modelo de producción en serie, adquieren personalidad a través de la apropiación simbólica de las personas, lo que incrementa su valor emocional y remueve fibras especiales de inseguridad cuando son objeto de victimización (Aguirre, 2019).
Gráfico 2. Exposición percibida frente a DMCS contra la propiedad (N= 8.654; %)
Nota: el eje Y izquierdo está alineado con los porcentajes de inseguridad ciudadana frente a los DMCS contra la persona según perfiles (barras); el eje Y derecho está alineado con la percepción general de inseguridad ciudadana frente a delitos a personas (línea punteada). Elaboración propia con datos ENUSC (2019)
En términos específicos, el gráfico 2 reporta que un 30,2 % de las personas que se ven expuestas a victimización cree que sufrirá un robo con violencia en su vivienda durante el próximo año. Esta cifra está secundada con gran diferencia por el temor a vivir el robo del vehículo (9,0 %) o desde su interior (7,1%). De manera similar a como vimos en los DMCS contra las personas, en este subgrupo la fisonomía de la inseguridad estaría dada por un hecho en particular: la vulnerabilidad del hogar.
Ahora bien, al observar las variaciones de acuerdo con los atributos de interés, la ENUSC reporta un incrementado sentimiento de exposición entre personas mayores a estos delitos (46,7%), en particular al robo con fuerza en la vivienda [40,9 %; χ2(1, N=8.654) =130,857, p<,01]. Respecto de lo hallado sobre género y nivel educativo, la diferencia más relevante con la tendencia general se encuentra en el temor a perder el vehículo entre quienes alcanzaron la educación superior (12,8 %), exhibiendo para el resto de eventos un comportamiento homogéneo.
Varias cuestiones se pueden desprender de estas cifras. Comencemos por la baja exposición percibida frente al robo del vehículo, hecho que tiene lugar en un período en el cual los delitos de alunizajes, portonazos y encerronas crecen continuamente y llaman la atención de las instituciones policiales y los medios de comunicación (Celis, 2017). De acuerdo con estudios recientes de la Policía de Investigaciones (2020), el interés delictual por estos bienes de alto valor va en aumento, ya que además de servir para el uso personal de los criminales o para ser comercializados, pueden ser el medio para cometer otros delitos. Además, este tipo de DMCS se caracteriza por la intimidación y violencia hacia los conductores, el uso de armas de fuego y la actuación de varios delincuentes, todo lo cual incrementa las probabilidades de que el daño a la propiedad se extienda hacia la integridad física/emocional de las personas (Vedoya, 2018; Jenacrof [Jefatura Nacional Contra Robos y Focos Criminales], 2019).
Por otra parte, son eventos que gozan de amplia cobertura en los medios de comunicación, donde junto con repasar una y otra vez el hecho, se lo conecta con otros similares en distintos puntos del país y las ciudades, lo que refuerza la creencia de que pueden ocurrir en cualquier momento y lugar. Tanto han incrementado su importancia los robos de vehículos en Chile, que se ha debido actualizar el código penal buscando mitigar su frecuencia, endureciendo penas y sanciones para los involucrados (ver Ley 21170 de 2019).
Es por lo recién descrito que sorprende la escasa inseguridad que declaran las personas en la ENUSC a este respecto, como si sobre este tipo de delitos la exposición percibida fuese inmune al influjo mediático, los reportes policiales o cualquier tipo de experiencia cercana (familiares o amigos). Tal vez un factor protector ante el sentimiento de exposición sea que comúnmente las personas tienen sus vehículos asegurados, por lo que, si estos llegaran a ser robados, al menos existen medios para recuperar algo de la pérdida. Así también, puede que exista un optimismo general sobre la posibilidad de llegar a ser víctimas de estos delitos, según el cual las personas no creen que algo como esto les pueda suceder. En todo caso, la inseguridad frente a estos delitos requiere mayor investigación y podría ser profundizada en versiones futuras de la ENUSC, si es que se incorporan preguntas sobre las causas del temor.
En cuanto a la inseguridad ciudadana por DMCS en la vivienda, sus altos niveles (un 30,2 %) permiten comprender mejor el porqué de una práctica in crescendo durante la última década: la apertura del espacio privado a la vigilancia de las compañías de seguridad. Otrora prerrogativa de clase, actualmente cada vez más familias están dispuestas a invertir para reforzar la seguridad del hogar con cámaras y dispositivos conectados a centrales, conviviendo con el control y monitoreo de estos servicios. Del mismo modo que la intimidad del “yo” se abre al escrutinio del resto continuamente en las redes sociales, la privacidad del hogar cede paso a la mirada de otros, en el mejor de los casos ininterrumpida, comprendiendo como medida de protección lo que antes pudo ser considerado una invasión. Paradójicamente, la vida de las víctimas y la ciudadanía en general parece querer acercarse al cómo funcionan las cárceles, donde se exige que residan los delincuentes: más rejas, más barrotes y más vigilancia.
Como se puede inferir, el tipo, calidad y extensión de estas medidas se correlaciona con la capacidad de consumo de la ciudadanía, lo cual implica segmentar las posibilidades de protección y, por ende, la seguridad percibida en el hogar. Tal vez esto sea lo que motive la notoria inseguridad al robo en la vivienda que informan las personas mayores (40,9 %), quienes —como se discutió anteriormente— suelen disponer de escasos recursos económicos, lo que se traduce en menos capacidad para proteger la vivienda.
En general, la inseguridad de la ciudadanía debido a los DMCS contra la propiedad es un fenómeno tal vez más complejo que el temor a los DMCS contra la persona, puesto que mientras los últimos ocurren con frecuencia en los espacios públicos, los primeros atentan contra aquello que es la extensión misma de la persona y su identidad. Un robo con sorpresa o con intimidación puede dejar secuelas físicas y emocionales, pero con el tiempo las personas pueden recuperar los bienes perdidos y adoptar medidas que les hagan recobrar el sentimiento de seguridad (como transitar de día por las calles o evitar determinados lugares). Sin embargo, cuando se sufre un robo en el propio hogar se pierde mucho más que bienes, se deteriora la confianza en los otros y la expectativa de que vuelva a suceder puede perdurar por meses (Aguirre, 2019).
A modo de conclusión
Los análisis precedentes ayudan a sondear cuán profundo ha calado la inseguridad hacia los delitos en la ciudadanía, especialmente aquellos que amenazan los bienes e integridad de las personas al mismo tiempo. Los datos recogidos por la ENUSC permiten cubrir variados aspectos de la exposición percibida a la victimización, lo que en términos de análisis facilita inmiscuirse en epifenómenos que refuerzan las ideas principales. Para concluir este trabajo, hay al menos tres hallazgos que destacar y que se vinculan con las preguntas de cada apartado de la sección anterior.
Primero, en términos generales encontramos que la inseguridad es un fenómeno extendido en la ciudadanía (38,8 %), una preocupación transversal para los distintos grupos de comparación según género, edad y nivel educativo que incluye la ENUSC. Al revisar las tipologías de delito, encontramos que entre el sentimiento de vulnerabilidad y los DMCS podría establecerse una relación de metonimia, por cuanto de quienes creen que sufrirán una victimización en los próximos doce meses, la gran mayoría espera serlo por uno de estos eventos. Para el resto de ilícitos, el temor es notoriamente menor, con cifras que en la mayoría de casos no supera el 5 %.
Segundo, al desglosar los DMCS según involucren la vulneración a personas o a la propiedad, encontramos que los ilícitos de la primera subdimensión son productores importantes de inseguridad para quienes creen que vivirán alguna victimización. Esta exposición se manifiesta particularmente mediante las formas del robo con violencia e intimidación y el robo por sorpresa, eventos de alto impacto para el bienestar psicológico de las personas y que pone en riesgo la salud física al tiempo que las pertenencias sustraídas. Las mujeres son quienes más reportaron inseguridad por estos ilícitos, mientras que las personas mayores se mostraron menos afectadas al respecto.
Tercero, que al analizar los DMCS contra la propiedad no deberíamos subestimar su relevancia porque la magnitud que alcanzan es menor a la primera subdimensión, ya que estos ilícitos suponen la vulneración de espacios otrora de seguridad y confort para las personas, además que implican una alta pérdida económica. Al revisar cada delito, el robo con fuerza en la vivienda ocupa una posición central en la exposición percibida, sobre todo entre personas mayores, quienes por lo general se muestran sensibles respecto de estas experiencias de victimización.
Considerando lo anterior, la inseguridad es un fenómeno multidimensional y sinuoso, ya que no depende de un solo factor. Como vimos, cada tipo de ilícito tiene distintas formas de operar, interés público, representación de los delincuentes y consecuencias, tanto para la integridad de las personas como para sus bienes o espacios. Más allá del género o la edad, podrían revisarse las relaciones entre clase social y delincuencia, nuevas pautas de consumo y exposición percibida, incluso, el vínculo entre espacios y exposición percibida, aristas que permitirían distinguir mejor dónde se localiza la inseguridad. Por lo demás, es necesario encontrar más pistas sobre la autonomía de la inseguridad en relación con los datos, ya que, como vimos, las dinámicas del temor en sí mismas conforman un fenómeno que requiere gestión y medidas por parte de las instituciones y políticas públicas.
Para terminar, no podemos obviar la relevancia de los medios tradicionales de comunicación, la televisión y la radio, junto con los medios no convencionales, especialmente las redes sociales, para capturar, procesar y distribuir las formas que adquiere la inseguridad ciudadana. Si bien el consumo y legitimidad de los primeros va en declive, no podemos obviar su influjo en la realidad, sobre todo porque también han sido capaces de adaptarse a los medios digitales y transportar su contenido al estilo que estas plataformas imponen. La inseguridad es una terminal o punto de contacto entre varios eventos: el temor a sufrir algún episodio de victimización, la valoración del espacio público, la expectación que produce la delincuencia, el rol y comportamiento de los delincuentes según el ilícito, el sentimiento de impunidad criminal, la exposición percibida en los lugares privados o familiares, la producción mediática de los programas de televisión en torno a las víctimas y los victimarios, la expectación ciudadana por conocer más sobre estos hechos, entre otros.
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